Página 56 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Palabras de Vida del Gran Maestro
Debe cultivarse en los pequeños la sencillez de la niñez. Debe
enseñárseles a estar contentos con los pequeños deberes útiles, y el
placer y los incidentes propios de sus años. La niñez corresponde a
la hierba de la parábola, y la hierba tiene una belleza peculiarmente
suya. No se debe forzar a los niños a una madurez precoz, sino que
debe retenerse tanto tiempo como sea posible la frescura y la gracia
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de sus primeros años.
Los niñitos pueden llegar a ser cristianos aunque tengan una
experiencia proporcionada a sus años. Esto es todo lo que Dios
espera de ellos. Deben ser educados en las cosas espirituales; y
los padres deben darles toda la oportunidad que puedan para la
formación de su carácter a semejanza del de Cristo.
* * * * *
En las leyes por las cuales Dios rige la naturaleza, el efecto sigue
a la causa con certeza infalible. La siega testificará de lo que fue la
siembra. El obrero perezoso será condenado por su obra. La cosecha
testifica contra él. Así también en las cosas espirituales: se mide la
fidelidad de cada obrero por los resultados de su obra. El carácter de
su obra, sea él diligente o perezoso, se revela por la cosecha. Así se
decide su destino para la eternidad.
Cada semilla sembrada produce una cosecha de su especie. Así
también es en la vida humana. Todos debemos sembrar las semillas
de compasión, simpatía y amor, porque hemos de recoger lo que
sembramos. Toda característica de egoísmo, amor propio, estima
propia, todo acto de complacencia propia, producirá una cosecha
semejante. El que vive para sí está sembrando para la carne, y de la
carne cosechará corrupción.
Dios no destruye a ningún hombre. Todo hombre que sea des-
truido se habrá destruido a sí mismo. Todo el que ahogue las amo-
nestaciones de la conciencia está sembrando las semillas de la in-
credulidad, y éstas producirán una segura cosecha. Al rechazar la
primera amonestación de Dios, el faraón de la antigüedad sembró
las semillas de la obstinación, y cosechó obstinación. Dios no lo
forzó a la incredulidad. La semilla de la incredulidad que él sembró,
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produjo una cosecha según su especie. De aquí que continuara su
resistencia, hasta que vio a su país devastado y contempló el cuerpo