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              Palabras de Vida del Gran Maestro
            
            
              Debe cultivarse en los pequeños la sencillez de la niñez. Debe
            
            
              enseñárseles a estar contentos con los pequeños deberes útiles, y el
            
            
              placer y los incidentes propios de sus años. La niñez corresponde a
            
            
              la hierba de la parábola, y la hierba tiene una belleza peculiarmente
            
            
              suya. No se debe forzar a los niños a una madurez precoz, sino que
            
            
              debe retenerse tanto tiempo como sea posible la frescura y la gracia
            
            
              [62]
            
            
              de sus primeros años.
            
            
              Los niñitos pueden llegar a ser cristianos aunque tengan una
            
            
              experiencia proporcionada a sus años. Esto es todo lo que Dios
            
            
              espera de ellos. Deben ser educados en las cosas espirituales; y
            
            
              los padres deben darles toda la oportunidad que puedan para la
            
            
              formación de su carácter a semejanza del de Cristo.
            
            
              * * * * *
            
            
              En las leyes por las cuales Dios rige la naturaleza, el efecto sigue
            
            
              a la causa con certeza infalible. La siega testificará de lo que fue la
            
            
              siembra. El obrero perezoso será condenado por su obra. La cosecha
            
            
              testifica contra él. Así también en las cosas espirituales: se mide la
            
            
              fidelidad de cada obrero por los resultados de su obra. El carácter de
            
            
              su obra, sea él diligente o perezoso, se revela por la cosecha. Así se
            
            
              decide su destino para la eternidad.
            
            
              Cada semilla sembrada produce una cosecha de su especie. Así
            
            
              también es en la vida humana. Todos debemos sembrar las semillas
            
            
              de compasión, simpatía y amor, porque hemos de recoger lo que
            
            
              sembramos. Toda característica de egoísmo, amor propio, estima
            
            
              propia, todo acto de complacencia propia, producirá una cosecha
            
            
              semejante. El que vive para sí está sembrando para la carne, y de la
            
            
              carne cosechará corrupción.
            
            
              Dios no destruye a ningún hombre. Todo hombre que sea des-
            
            
              truido se habrá destruido a sí mismo. Todo el que ahogue las amo-
            
            
              nestaciones de la conciencia está sembrando las semillas de la in-
            
            
              credulidad, y éstas producirán una segura cosecha. Al rechazar la
            
            
              primera amonestación de Dios, el faraón de la antigüedad sembró
            
            
              las semillas de la obstinación, y cosechó obstinación. Dios no lo
            
            
              forzó a la incredulidad. La semilla de la incredulidad que él sembró,
            
            
              [63]
            
            
              produjo una cosecha según su especie. De aquí que continuara su
            
            
              resistencia, hasta que vio a su país devastado y contempló el cuerpo