Página 87 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Dónde hallar la verdad
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y de todos los profetas”, y “declarábales en todas las Escrituras lo
que de él decían”
Pero es la luz que brilla en el nuevo desarrollo de
la verdad la que glorifica lo viejo. Aquel que rechaza o descuida lo
nuevo no posee realmente lo viejo. Para él la verdad pierde su poder
vital y llega a ser solamente una forma muerta.
Existen personas que profesan creer y enseñar las verdades del
Antiguo Testamento mientras rechazan el Nuevo. Pero al rehusar
recibir las enseñanzas de Cristo, demuestran no creer lo que dijeron
los patriarcas y profetas. “Si vosotros creyeseis a Moisés—dijo
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Cristo—, creeríais a mí; porque de mí escribió él”
Por ende, no hay
verdadero poder en sus enseñanzas, ni aun del Antiguo Testamento.
Muchos de los que pretenden creer y enseñar el Evangelio caen
en un error similar. Ponen a un lado las escrituras del Antiguo Testa-
mento, de las cuales Cristo declaró: “Ellas son las que dan testimonio
de mí”
Al rechazar el Antiguo Testamento, prácticamente rechazan
el Nuevo; pues ambos son partes de un todo inseparable. Ningún
hombre puede presentar correctamente la ley de Dios sin el Evange-
lio, ni el Evangelio sin la ley. La ley es el Evangelio sintetizado, y el
Evangelio es la ley desarrollada. La ley es la raíz, el Evangelio su
fragante flor y fruto.
El Antiguo Testamento arroja luz sobre el Nuevo, y el Nuevo so-
bre el Viejo. Cada uno de ellos es una revelación de la gloria de Dios
en Cristo. Ambos presentan verdades que revelarán continuamente
nuevas profundidades de significado para el estudiante fervoroso.
La verdad en Cristo y por medio de Cristo es inconmensurable.
El que estudia las Escrituras, mira, por así decirlo, dentro de una
fuente que se profundiza y se amplía a medida que más se contem-
plan sus profundidades. No comprenderemos en esta vida el misterio
del amor de Dios al dar a su Hijo en propiciación por nuestros peca-
dos. La obra de nuestro Redentor sobre esta tierra es y siempre será
un tema que requerirá nuestro más elevado esfuerzo de imaginación.
El hombre puede utilizar toda facultad mental en un esfuerzo por
sondear este misterio, pero su mente desfallecerá y se abatirá. El
investigador más diligente verá delante de él un mar ilimitado y sin
orillas.
La verdad, tal como se halla en Cristo, puede ser experimentada,
pero nunca explicada. Su altura, anchura y profundidad sobrepu-
jan nuestro conocimiento. Podemos esforzar hasta lo sumo nuestra