Página 97 - Palabras de Vida del Gran Maestro (1971)

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Cómo aumentar la fe y la confianza
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Pero debemos mostrar una confianza firme y sin rodeos en Dios.
A menudo él tarda en contestarnos para probar nuestra fe o la since-
ridad de nuestro deseo. Al pedir de acuerdo con su Palabra, debemos
creer su promesa y presentar nuestras peticiones con una determina-
ción que no será denegada.
Dios no dice: Pedid una vez y recibiréis. El nos ordena que
pidamos. Persistid incansablemente en la oración. El pedir con per-
sistencia hace más ferviente la actitud del postulante, y le imparte
un deseo mayor de recibir las cosas que pide. Cristo le dijo a Marta
junto a la tumba de Lázaro: “Si creyeres, verás la gloria de Dios”
Pero muchos no tienen una fe viva. Esta es la razón por la cual
no ven más del poder de Dios. Su debilidad es el resultado de su
incredulidad. Tienen más fe en su propio obrar que en el obrar de
Dios en favor de ellos. Ellos se encargan de cuidarse a sí mismos.
Hacen planes y proyectos, pero oran poco, y tienen poca confianza
verdadera en Dios. Piensan que tienen fe, pero es sólo el impulso del
momento. Dejan de comprender su propia necesidad, y lo dispuesto
que está Dios a dar; no perseveran en mantener sus pedidos ante el
Señor.
Nuestras oraciones han de ser tan fervorosas y persistentes co-
mo lo fue la del amigo necesitado que pidió pan a media noche.
Cuanto más fervorosa y constantemente oremos, tanto más íntima
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será nuestra unión espiritual con Cristo. Recibiremos bendiciones
acrecentadas, porque tenemos una fe acrecentada.
Nuestra parte consiste en orar y creer. Velad en oración. Velad, y
cooperad con el Dios que oye la oración. Recordad que “coadjutores
somos de Dios”
Hablad y obrad de acuerdo con vuestras oraciones.
Significará para vosotros una infinita diferencia el que la prueba
demuestre que vuestra fe es genuina, o revele que vuestras oraciones
son sólo una forma.
Cuando se suscitan perplejidades y surgen dificultades, no bus-
quéis ayuda en la humanidad. Confiadlo todo a Dios. La práctica
de hablar de nuestras dificultades a otros, únicamente nos debilita,
y no les reporta a los demás ninguna fuerza. Ello hace que la carga
de nuestras flaquezas espirituales descanse sobre ellos, y éstas son
cosas que ellos no pueden aliviar. Buscamos la fuerza del hombre
errante y finito, cuando podríamos tener la fuerza del Dios infalible
e infinito.