Las conversiones: ¿Falsas o verdaderas?
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de Dios? El apóstol Santiago dice: “Hermanos míos, ¿qué aprove-
chará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe
salvarle?... ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es
muerta? ¿No fue justificado por las obras Abrahán nuestro padre,
cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe obró
con sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras?... Veis, pues,
que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”.
Santiago 2:14-24
.
El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina
seductora de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del cielo sin
cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida.
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Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y
disposiciones de las Escrituras.
Nadie se engañe a sí mismo creyendo que pueda volverse santo
mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un
pecado cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora del
Espíritu y separa al alma de Dios... Aunque San Juan habla mucho
del amor en sus epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verda-
dero carácter de esa clase de personas que pretenden ser santificadas
y seguir transgrediendo la ley de Dios. “El que dice: Yo le conozco,
y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él;
mas el que guarda su palabra, verdaderamente en éste se ha perfec-
cionado el amor de Dios”.
1 Juan 2:4, 5 (VM)
. Esta es la piedra de
toque de toda profesión de fe. No podemos reconocer como santo a
ningún hombre sin haberlo comparado primero con la sola regla de
santidad que Dios ha dado...
Y la aserción de estar sin pecado constituye de por sí una prueba
de que el que tal asevera dista mucho de ser santo. Es porque no tiene
un verdadero concepto de lo que es la pureza y santidad infinita de
Dios, ni de lo que deben ser los que han de armonizar con su carácter;
es porque no tiene verdadero concepto de la pureza y perfección
supremas de Jesús ni de la maldad y horror del pecado, por lo que el
hombre puede creerse santo. Cuanto más lejos esté de Cristo y más
yerre acerca del carácter y los pedidos de Dios, más justo se cree.