Sigue siendo una lucha
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ceñidos, con templanza, esperad perfectamente en la gracia que os
es presentada cuando Jesucristo os es manifestado: como hijos obe-
dientes, no conformándoos con los deseos que antes teníais estando
en vuestra ignorancia; sino como aquel que os ha llamado es santo,
sed también vosotros santos en toda conversación: Porque escrito
está: Sed santos, porque yo soy santo”.
1 Pedro 1:13-16
.
Los pensamientos deben concentrarse en Dios. Debemos dedicar
nuestro esfuerzo más enérgico a dominar las malas tendencias del
corazón natural. Nuestros esfuerzos, nuestra abnegación y perseve-
rancia deben corresponder al valor infinito del objeto que persegui-
mos. Sólo venciendo como Cristo venció podremos ganar la corona
de vida.
Constante dependencia
El gran peligro del hombre consiste en engañarse a sí mismo, en
creerse suficiente de por sí y en apartarse de Dios, la fuente de su
fuerza. Nuestras tendencias naturales, si no las enmienda el Espíritu
Santo de Dios, encierran la semilla de la muerte moral. A no ser que
nos unamos vitalmente con Dios, no podremos resistir los impíos
efectos de la concupiscencia, del amor egoísta y de la tentación a
pecar.
Para recibir ayuda de Cristo, debemos comprender nuestra nece-
sidad. Debemos tener verdadero conocimiento de nosotros mismos.
Sólo quien se reconoce pecador puede ser salvado por Cristo. Sólo
cuando vemos nuestro desamparo absoluto y no confiamos ya en
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nosotros mismos, podemos asirnos del poder divino.
No es tan sólo al principio de la vida cristiana cuando debe ha-
cerse esta renuncia a sí mismo. Hay que renovarla a cada paso que
damos hacia el cielo. Todas nuestras buenas obras dependen de un
poder externo a nosotros; por tanto, se necesita una continua aspi-
ración del corazón a Dios, una constante y fervorosa confesión del
pecado y una humillación del alma ante Dios. Nos rodean peligros,
y no nos hallamos seguros sino cuando sentimos nuestra flaqueza y
nos aferramos con fe a nuestro poderoso Libertador.