Recipientes vacíos, 12 de abril
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder
sea de Dios, y no de nosotros.
2 Corintios 4:7
.
Han preguntado: ¿Qué clase de vasija utiliza el Espíritu? ¿Qué dice Jesús?
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera
mi carga”.
Mateo 11:26-30
. ¿Cuál es el recipiente apropiado para los propósitos
del Señor? Una vasija vacía. La persona, al desprenderse de toda corrupción,
queda en condiciones de ser utilizada.
¿Nos hemos vaciado del yo? ¿Nos hemos liberado de la planificación egoísta?
¡Oh, ocupémonos menos del yo! Quiera Dios purificar a su pueblo, a sus maestros
y a las iglesias. El es un guía que nos orienta en to-do, pero esto no nos libera
de problemas que nos pueden apartar de los principios de la justicia. ¿Por cuánto
tiempo debe continuar esta situación? ¿Cómo puede utilizar el Señor nuestras
vasijas para uso sagrado, a menos que nos vaciemos a nosotros mismos para dar
lugar a la obra del Espíritu Santo?
Dios convoca a su pueblo para que lo revele a él. ¿Debería ser el mundo
el que muestra las normas de integridad que la iglesia no tiene? ¿Debería ser la
ambición egoísta lo primero que muestran los seguidores de Cristo? Los principios
acariciados por ellos, ¿no deberían ser puestos sobre el verdadero fundamento
para que en lugar de antagonismo haya unidad en la iglesia? ¿Traeremos a su seno
madera, heno o rastrojo? Mejor, ¿no deberíamos aportar los metales más valiosos:
oro, plata o piedras preciosas? ¿Será que no podemos distinguir bien entre la paja
y el trigo? ¿No nos hemos dado cuenta de que necesitamos recibir el Espíritu
Santo en el corazón para que pueda adaptar y modelar nuestra vida?
Vivimos en tiempos peligrosos. En el temor de Dios quiero decir que el
contacto con las Escrituras es indispensable para el completo desarrollo de nuestros
caracteres. Cuando el Espíritu Santo actúa sobre el corazón y la mente, cuando el
yo está muerto, la verdad puede habilitarnos para una constante expansión y para
alcanzar nuevas alturas en el desarrollo. Cuando la verdad le da forma al carácter,
se la verá cómo es en realidad.—
The Review and Herald, 28 de febrero de 1899
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