Muy cerca de los niños, 11 de mayo
Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los
que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños
venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De
cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no
entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos,
los bendecía.
Marcos 10:13-16
.
Dios desea que cada uno de los pequeñitos sea hijo suyo para adoptarlo en la
familia celestial. Por jóvenes que parezcan, pueden ser miembros de la familia
de la fe y llegar a adquirir la más preciosa experiencia. Al ser tiernos de corazón
estarán en condiciones de recibir las impresiones que van a perdurar. Sus corazones
podrán ser inspirados a confiar en el amor de Jesús y a vivir para el Salvador. Cristo
hará de ellos pequeños misioneros. Toda la dirección de sus pensamientos podrá
ser orientada al punto de que el pecado no les parezca deseable, sino repugnante y
detestable.
Tanto los niños pequeños como los mayores recibirán mucho beneficio de esta
instrucción. En la medida que el plan de la salvación sea simplificado, los maestros
disfrutarán de la misma bendición que sus estudiantes. El Espíritu Santo fijará
las lecciones en las mentes receptivas de los niños, para que con su simplicidad
puedan captar las verdades de la Biblia. El Señor también les concederá a esos
pequeños una experiencia en las filas misioneras. Les sugerirá formas de pensar
que ni los propios maestros tienen. Estos niños debidamente instruidos serán
testigos de la verdad.
Trabaje como si estuviese obrando en favor de su propia vida al tratar de salvar
a los niños de ser arrastrados por las influencias corruptas y contaminadoras del
ambiente.
Debería emplearse un maestro que pueda educar a los pequeños en la im-
portante comprensión de la Palabra de Dios, cuya verdad es esencial para estos
días finales. Se acerca una gran prueba: ella tiene que ver con la obediencia o
desobediencia a los mandamientos de Dios.—
The Advocate, 1 de noviembre de
1900
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