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Total dependencia de Dios, 24 de junio
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios, no fui con excelencia de palabras de sabiduría. Pues me propuse no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y
estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor.
1 Corintios
2:1-3
.
Vendrán días cuando la iglesia será agitada con el poder divino, y como
resultado se producirá una ferviente actividad. El poder vital del Espíritu Santo
inspirará a los miembros a salir a buscar nuevos conversos para Cristo. En esas
circunstancias, los servidores más diligentes estarán seguros únicamente en la
medida en que dependan de Dios y estén constantemente en oración. Necesitarán
elevar sinceras suplicas para que la gracia de Cristo los libre del orgullo que puede
despertar la obra realizada, o de pensar que los trabajos que hicieron tienen alguna
virtud salvadora. Constantemente deberán contemplar a Jesús para darse cuenta
de que la obra se realiza gracias a él, y para que puedan darle toda la gloria a Dios.
Seremos llamados a realizar los esfuerzos más decididos con el fin de extender
la obra de Dios; para ello necesitamos depender totalmente de nuestro Padre
celestial. Será indispensable la oración privada, y también la que se eleve en el
seno de la familia y en la iglesia. Nuestros hogares tienen que ponerse en orden, y
para ello hay que realizar los esfuerzos más fervientes destinados a lograr que cada
integrante de la familia se interese en las actividades misioneras. Debemos tratar
de despertar el interés de los hijos para que trabajen en forma diligente en favor
de los inconversos, y hagan lo mejor que puedan con el propósito de representar a
Cristo en todo momento y lugar.
No olvidemos, sin embargo, que al aumentar las actividades y lograr éxito
en ellas, corremos el riesgo de confiar en la capacidad, los planes y los métodos
humanos para realizarlas. Habrá una tendencia a orar menos y a tener menos fe.
Estaremos en peligro si perdemos el sentido de dependencia de Dios, el único
que puede dar éxito verdadero a las labores que realicemos; pero, aunque ésta
sea la tendencia, nadie llegue a pensar que el ser humano puede hacer menos. De
ninguna manera; al contrario, al aceptar el don divino del Espíritu Santo realizará
mayores obras. En su propia sabiduría el mundo no conoce a Dios, y, naturalmente,
cada poder humano, en mayor o menor grado, se opone a Dios. Hemos de mirar
a Jesús, cooperar con las agencias celestiales y, en el nombre de Cristo, elevar
nuestras plegarias a nuestro Padre.—
The Review and Herald, 4 de julio de 1893
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