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No hay tiempo que perder, 29 de junio
Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos.
Jeremías
8:20
.
El Señor viene. La historia de este mundo está por terminar. ¿Está en con-
diciones de encontrarse con el Juez de la tierra? Tenga presente que “juicio sin
misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia”.
Santiago 2:13
. ¡En el
gran día final, qué terrible será ver separadas de nosotros para siempre a personas
con las cuales nos relacionamos íntimamente! Quizá sea un miembro de la familia,
y aun nuestros propios hijos; o descubrir que también están entre ellos amigos que
nos visitaron y comieron en nuestra mesa. Entonces nos preguntaremos: ¿Será
por causa de mi impaciencia o actitud poco cristina? ¿El no mantener al yo bajo
control determinó que la religión de Cristo resultara desagradable para ellos?
El mundo debe ser advertido de que se acerca la venida de Cristo. Nos resta
poco tiempo para hacer nuestra parte. Ya están en la eternidad los años que
podríamos haber aprovechado para buscar el reino de Dios y su justicia, y para
difundir la luz a otros. El convoca a su pueblo que está en la luz, establecido en
la verdad y al cual se le ha encomendado una gran obra, que ahora, como nunca
lo ha hecho, dedique más tiempo para sí mismo y para los otros. Que cada don y
talento que se nos ha confiado sea puesto en ejercicio con poder, y que usemos
toda la luz que Cristo nos dio para hacer el bien a los demás. No intenten ser
meros predicadores, sino ministros de Dios.
Cuando los obreros comprendan mejor la verdad, la luz de ella será vista en
forma cada vez más sorprendente. En la medida en que intentemos iluminar a
otros, con la mente bajo la santa influencia del Espíritu de Dios, la atención será
dirigida a los temas que son de interés eterno. Semejante esfuerzo, mezclado con
oración y solicitando más luz, hará que el corazón lata bajo los efectos estimulantes
de la gracia de Dios. Sus deseos serán más ardientes en virtud del santo fervor, y,
como resultado, toda la vida cristiana será más real, más sincera y llena de oración.
De este modo, cuando Cristo habite en el corazón, el creyente llegará a ser un
verdadero colaborador de Dios.—
The Home Missionary, 1 de febrero de 1898
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