La razón de los dones: definir la verdad, 12 de agosto
Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para
enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende, pues, la orden, y
entiende la visión.
Daniel 9:23
.
Después que pasó la fecha de 1844, investigamos la verdad como buscando
un tesoro. Me reuní con los hermanos, y estudiamos y oramos fervientemente. A
menudo permanecíamos juntos hasta tarde, y algunas veces durante toda la noche,
orando por la iluminación celestial y estudiando la Palabra. Una y otra vez nos
reuníamos para estudiar la Biblia, a fin de conocer su significado y estar preparados
para enseñarla con poder. Cuando en el estudio llegábamos al punto de decir: “No
podemos ir más lejos”, el Espíritu del Señor venía sobre mí. Era arrebatada en
visión y se me daba una clara explicación de los pasajes que habíamos estado
estudiando, e instrucciones acerca de cómo deberíamos trabajar y enseñar con
eficacia. De este modo recibíamos la luz que nos ayudaba a entender los textos
con respecto a Cristo, su misión y su sacerdocio. Claramente se me presentaba la
línea de la verdad que se extiende desde aquel tiempo hasta cuando entremos en
la ciudad de Dios, y entonces compartía con los demás las instrucciones que el
Señor me había dado.
Durante todo ese tiempo, no podía entender el razonamiento de los hermanos.
Mi mente, por así decirlo, estaba sellada y no podía comprender el significado de
las Escrituras que estábamos estudiando. Esta fue una de las mayores tristezas
de mi vida. Estuve en esa condición hasta que todos los puntos principales de
nuestra fe se aclararon en nuestras mentes, en armonía con la Palabra de Dios. Los
hermanos sabían que, al no recibir una visión, no podrían entender estos temas,
y es por eso que después aceptaban las revelaciones recibidas como luz enviada
directamente del cielo.
Surgieron muchos errores, y aunque yo era poco más que una niña, fui enviada
por el Señor de un lugar a otro para reprender a quienes se aferraban a las doctrinas
falsas. Había quienes estaban en peligro de caer en el fanatismo, y se me pidió
que en el nombre del Señor les diera una advertencia del cielo.—
The Review and
Herald, 25 de mayo de 1905
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