Quitemos todo obstáculo, 19 de octubre
Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que
habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino
que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo
parecer.
1 Corintios 1:10
.
Todo aquel que ama la causa de la verdad debiera orar por el derramamiento
del Espíritu. Y en la medida de lo que esté a nuestro alcance, debemos suprimir
todo lo que impida que obre. El Espíritu no podrá nunca ser derramado mientras
los miembros de la iglesia alberguen divergencias y amarguras los unos hacia
los otros. La envidia, los celos, las malas sospechas y las maledicencias son de
Satanás, y cierran eficazmente el camino para que el Espíritu Santo no obre. No
hay en este mundo nada que sea tan caro para Dios como su iglesia. No hay nada
que él custodie con cuidado más celoso. No hay nada que ofenda tanto a Dios
como un acto que perjudique la influencia de aquellos que le sirven. El llamará a
cuenta a todos aquellos que ayuden a Satanás en su obra de criticar y desalentar.
Los que están destituidos de simpatía, ternura y amor, no pueden hacer la
obra de Cristo. Antes que pueda cumplirse la profecía de que el débil será “como
David”, y la casa de David “como el ángel de Jehová” (
Zacarías 12:8
), los hijos
de Dios deben poner a un lado todo pensamiento de sospecha con respecto a sus
hermanos. Los corazones deben latir al unísono. Deben manifestarse mucho más
abundantemente la benevolencia cristiana y el amor fraternal. Repercuten en mis
oídos las palabras: “Uníos, uníos”. La verdad solemne y sagrada para este tiempo
debe unificar al pueblo de Dios. Debe morir el deseo de preeminencia. Un tema
de emulación debe absorber todos los demás: “¿Quién se asemejará más a Cristo
en su carácter? ¿Quién se esconderá más completamente en Jesús?
“En esto es glorificado mi Padre”, dice Cristo, “en que llevéis mucho fruto”
Juan 15:8
. Si hubo alguna vez un lugar donde los creyentes deben llevar mucho
fruto, es en nuestros congresos. En estas reuniones nuestros actos, nuestras pa-
labras, nuestro espíritu, quedan anotados, y nuestra influencia es tan abarcante
como la eternidad.—
Joyas de los Testimonios 2:381
.
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