El espíritu nos habla, 23 de enero
Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el
Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de
mí.
Juan 15:26
.
El Señor ha condescendido en darle a usted la efusión de su Santo Espíritu.
En las reuniones campestres, y en varias de nuestras instituciones, se le ha dado
una gran bendición. Ha recibido la visita de mensajeros celestiales, portadores de
luz, verdad y poder. No fue por medios extraños como Dios lo bendijo. ¿Cómo
puede Cristo subyugar a su pueblo escogido? Por el poder de su Santo Espíritu. A
través de las Escrituras es que Dios habla a la mente e imprime la verdad en los
corazones de los hombres.
Antes de la crucifixión, Cristo prometió a sus discípulos que les enviaría al
Consolador. Dijo: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque
si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré.
Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”.
Juan
16:7, 8
. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;
porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os
hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo
mío, y os lo hará saber”.
vers. 13, 14
.
Al haberse minimizado la promesa de Cristo, y a causa de la escasez del
Espíritu Santo, la espiritualidad de la ley y sus eternas obligaciones no han sido
comprendidas. Los que profesan amar a Cristo no han captado la relación que
existe entre ellos y Dios, y su comprensión aún permanece en la oscuridad. Va-
gamente entienden la admirable gracia de Dios, quien dio a su Hijo unigénito
para salvar al mundo. Tampoco captan lo distante que están de las exigencias de
la santa ley, y cuan íntimamente deben ser asimilados sus preceptos para que se
manifiesten en la vida práctica. No han visto cuán grande es la necesidad y el
privilegio de orar, de arrepentirse y de aceptar las palabra de Cristo.
Es responsabilidad del Espíritu Santo dar a conocer el modelo de consagración
que Dios acepta. Mediante el Espíritu Santo, la persona es iluminada, y el carácter
es renovado, elevado y santificado.—
The Review and Herald, 30 de enero de 1894
.
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