No hay un tiempo específico, 6 de noviembre
Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo.
Marcos 13:33
.
Quiera Dios que su poder convertidor se sienta en toda esta gran asamblea. Oh,
que el poder de Dios descanse sobre el pueblo. Lo que necesitamos es practicar
diariamente la piedad. También necesitamos escudriñar las Escrituras y orar
fervientemente para que el poder del Espíritu Santo de Dios nos adiestre para
ocupar nuestro lugar en su viña. Nadie estará preparado para educar y fortalecer a
la iglesia a menos que haya recibido el don del Espíritu Santo. Ningún ministro
estará adiestrado para trabajar inteligentemente por la salvación de las personas a
menos que esté dotado del Espíritu Santo, se alimente de Cristo y tenga un intenso
odio por el pecado...
No tengo ningún tiempo específico del cual hablar respecto de cuándo se
efectuará el derramamiento del Espíritu Santo, y descienda del cielo el ángel
poderoso para unirse con el tercer ángel en la terminación de la obra en este
mundo. Mi mensaje es que nuestra única seguridad radica en estar listos para
el refrigerio celestial, con nuestras lámparas despabiladas y encendidas. Cristo
nos ha dicho que velemos “porque el Hijo del hombre vendrá a la hora que no
pensáis”.
Mateo 24:44
. “Velad y orad” es la consigna que nos da nuestro Redentor.
Día tras día debemos buscar la inspiración del Espíritu de Dios para que realice en
la vida y el carácter la obra que le incumbe. ¡Oh, cuánto tiempo se ha malgastado
prestando atención a cosas baladíes! “Así que, arrepentíos y convertíos, para que
sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos
de refrigerio”.
Hechos 3:19
.
Ahora insto para que cada uno se entregue al servicio de Dios. Demasiado
tiempo han entregado sus facultades al servicio de Satanás, y han sido esclavos de
su voluntad. Dios los llama a contemplar la gloria de su carácter, para que por la
contemplación lleguen a ser transformados a su imagen... Jesús vino para revelar
al mundo el amor y la bondad de Dios.—
The Review and Herald, 29 de marzo de
1892
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