Página 25 - Ser Semejante a Jes

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Llevar a los hijos en oración a Jesús, 16 de enero
Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos
sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron.
Mateo 19:13
.
En el tiempo de Cristo las madres le llevaban a sus hijos para que les impusiera
las manos y los bendijese. Así manifestaban ellas su fe en Jesús, y también el
intenso anhelo de su corazón por el bienestar presente y futuro de los pequeñuelos
confiados a su cuidado. Pero los discípulos no podían reconocer la necesidad
de interrumpir al Maestro tan sólo para que se fijara en los niños, y en una
ocasión en que alejaban a unas cuantas madres, Jesús los reprendió y ordenó a la
muchedumbre que diese paso a esas madres fieles y a sus niñitos. Dijo él: “Dejad
a los niños venir a mí y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los
cielos”.
Mateo 19:14
.
Mientras las madres recorrían el camino polvoriento y se acercaban al Salvador,
él veía sus lágrimas y cómo sus labios temblorosos elevaban una oración silenciosa
en favor de los niños. Oyó las palabras de reprensión que pronunciaban los
discípulos y prestamente anuló la orden de ellos. Su gran corazón rebosante
de amor estaba abierto para recibir a los niños. A uno tras otro tomó en sus
brazos y los bendijo, mientras un pequeñuelo, reclinado contra su pecho, dormía
profundamente. Jesús dirigió a las madres palabras de aliento referentes a su obra,
y ¡cuánto alivió así su ánimo! ¡Con cuánto gozo se espaciaban ellas en la bondad y
misericordia de Jesús al recordar aquella memorable ocasión! Las misericordiosas
palabras de él habían quitado la carga que las oprimía y les habían infundido nueva
esperanza y valor. Se había desvanecido todo su cansancio.
Fue una lección alentadora para las madres de todos los tiempos. Después de
haber hecho lo mejor que está a su alcance para beneficiar a sus hijos, pueden
llevarlos a Jesús. Aun los pequeñuelos en los brazos de la madre resultan preciosos
a los ojos de él. Y mientras la madre anhele verlos recibir la ayuda que ella no
puede darles, la gracia que no puede otorgarles, y se confíe a sí misma y a sus
hijos en los brazos misericordiosos de Cristo, él los recibirá y los bendecirá; dará
paz, esperanza y felicidad tanto a ella como a ellos.—
El hogar adventista, 248,
249 (1894)
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