Caminar con Dios por medio de la oración, 26 de enero
Y caminó Enoc con Dios... trescientos años, y engendró hijos e hijas...
Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios.
Génesis
5:22, 24
.
Mientras atendemos nuestros quehaceres diarios, deberíamos elevar el alma al
cielo en oración. Estas peticiones silenciosas suben como incienso ante el trono
de la gracia y los esfuerzos del enemigo quedan frustrados. El cristiano cuyo
corazón se apoya así en Dios, no puede ser vencido. No hay malas artes que
puedan destruir su paz. Todas las promesas de la Palabra de Dios, todo el poder
de la gracia divina, todos los recursos de Jehová están puestos a disposición para
asegurar su libramiento... Así fue como anduvo Enoc con Dios. Y Dios estaba con
él, sirviéndole de pronto auxilio en todo momento de necesidad.
La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No se la
puede sustituir por ningún otro medio de gracia y conservar, sin embargo, la salud
del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la
vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa. Descuídese
el ejercicio de la oración, u órese espasmódicamente, de vez en cuando, según
parezca propio, y se perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales
perderán su vitalidad, la experiencia religiosa carecerá de salud y vigor...
Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales indig-
nos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus peticiones a Dios. ¿Qué
facultad más elevada podrían desear los seres humanos que la de estar unidos con
el Dios infinito? Los seres humanos, débiles y pecaminosos, tienen el privilegio de
hablar a su Hacedor. Podemos pronunciar palabras que alcancen el trono del Mo-
narca del Universo. Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y
él dice: Estoy a tu diestra.
Podemos comulgar con Dios en nuestro corazón; podemos andar en compañe-
rismo con Cristo. Mientras atendemos nuestro trabajo diario, podemos exhalar el
deseo de nuestro corazón sin que lo oiga oído humano alguno; pero esa palabra
no puede perderse en el silencio ni caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo
del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la
maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración.—
Mensajes
para los Jóvenes, 247, 248
.
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