Gozo en la obediencia por amor, 15 de febrero
Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que
se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste
lleno de iniquidad, y pecaste.
Ezequiel 28:15, 16
.
Mientras todos los seres creados reconocieron la lealtad del amor, hubo perfec-
ta armonía en el universo de Dios. Cumplir los designios de su Creador era el gozo
de las huestes celestiales. Se deleitaban en reflejar la gloria del Todopoderoso y
en alabarle. Y su amor mutuo fue fiel y desinteresado mientras el amor de Dios
fue supremo. No había nota discordante que perturbara las armonías celestiales.
Pero se produjo un cambio en ese estado de felicidad. Hubo uno que pervirtió la
libertad que Dios había otorgado a sus criaturas. El pecado se originó en aquel
que, después de Cristo, había sido el más honrado por Dios y que era el más
exaltado en poder y en gloria entre los habitantes del cielo. Lucifer, el “hijo de
la mañana”, era el principal de los querubines cubridores, santo e inmaculado.
Estaba en la presencia del Creador, y los incesantes rayos de gloria que envolvían
al Dios eterno, caían sobre él...
Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse... Aunque toda
su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla como per-
teneciente a sí mismo. Descontento con el puesto que ocupaba, a pesar de ser el
ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se aventuró a codiciar
el homenaje que sólo debe darse al Creador. En vez de procurar el ensalzamiento
de Dios como supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres creados, trató
de obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de ellos. Y codiciando la gloria
con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este príncipe de los ángeles
aspiraba al poder que sólo pertenecía a Cristo...
Siendo la ley de amor el fundamento del gobierno de Dios, la felicidad de todos
los seres inteligentes depende de su perfecto acuerdo con los grandes principios
de justicia de esa ley. Dios desea de todas sus criaturas el servicio que nace del
amor, de la comprensión y del aprecio de su carácter. No halla placer en una
obediencia forzada, y otorga a todos el libre albedrío para que puedan servirle
voluntariamente.—
Historia de los Patriarcas y Profetas, 13, 14, 12
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