La obediencia tiene recompensas inmediatas y eternas, 27 de
febrero
Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra
alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y os serán por frontales
entre vuestros ojos.
Deuteronomio 11:18
.
Estas palabras todas las de (
Deuteronomio 11
) deberían estar tan claramente
impresas en cada alma como si estuvieran escritas con una pluma de hierro. La
obediencia trae su recompensa, la desobediencia su retribución. Dios le dio a
su pueblo instrucciones positivas, y les impuso restricciones positivas para que
pudieran obtener una experiencia perfecta en su servicio, y para que estuvieran
habilitados para permanecer ante el universo celestial y ante el mundo caído como
vencedores. Son vencedores por medio de la palabra del Cordero y por medio de
su testimonio. Todos los que no alcancen a hacer la preparación esencial serán
contados con los ingratos y los impuros.
El Señor lleva a su pueblo por caminos que no conoce para poder examinarlo y
probarlo. Este mundo es nuestro lugar de prueba. Aquí decidimos nuestro destino
eterno. Dios humilla a su pueblo para que su voluntad pueda desarrollarse por
medio de ellos. De esa manera trató con los hijos de Israel al dirigirlos por el
desierto. Les dijo cuál habría sido su suerte, si él no hubiera puesto una mano
refrenadora sobre lo que los hubiera dañado...
Dios bendice la obra de las manos humanas para que le puedan devolver su
parte. Deben dedicar sus medios a su servicio, para que su viña no permanezca un
árido desierto. Deben analizar lo que el Señor haría en su lugar. Deben llevarle
en oración todos los asuntos difíciles. Deben revelar un interés altruista en el
desarrollo de su obra en todas partes del mundo...
Recordemos que somos obreros juntamente con Dios. No somos lo suficiente
sabios como para trabajar por nosotros mismos. Dios nos ha hecho sus mayor-
domos, para educarnos y probarnos, así como probó y afligió al antiguo Israel.
No va a tener su ejército compuesto de soldados indisciplinados, no santificados,
volubles, que desfiguren su orden y pureza.—
The Review and Herald, 8 de octubre
de 1901
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