Página 127 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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El cielo puede comenzar ahora
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El cielo comienza en el alma
—El cielo comienza en el alma,
y cuando la mente se llena de las cosas del cielo, Cristo es más
y más apreciado y llega a ser el más amado entre diez mil... Si
queremos ver el cielo allá, debemos tener el cielo aquí. Debemos
tener el cielo en nuestros hogares, con nuestras familias acercándose
a Dios por medio de Cristo. Cristo es el gran centro de atracción, y
el hijo de Dios que se esconde en Cristo, se esconde en la vida de
Dios. La oración es la vida del alma; es alimentarse en Cristo; es
volver nuestros rostros hacia el Sol de justicia. Cuando volvemos
nuestros rostros hacia él, él vuelve su rostro sobre nosotros. Anhela
darnos su divina gracia, y cuando nos acercamos a Dios con fe se
avivan nuestros poderes espirituales. No caminamos a ciegas ni nos
quejamos de nuestra aridez espiritual. Al investigar diligentemente y
con oración la palabra de Dios, podemos aplicar sus ricas promesas
a nuestras almas, los ángeles se acercan a nuestro lado y el enemigo
con sus muchos engaños tiene que retirarse.—
The Signs of the
Times, julio 31, 1893
.
Al conducirnos nuestro Redentor al umbral de lo infinito, inun-
dado con la gloria de Dios, podremos comprender los temas de
alabanza y acción de gracias del coro celestial que rodea el trono,
y al despertarse el eco del canto de los ángeles en nuestros hogares
terrenales, los corazones serán acercados más a los cantores celestia-
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les. La comunión con el cielo empieza en la tierra. Aquí aprendemos
la clave de su alabanza.—
La Educación, 164
.
Podemos comer aquí del árbol que da vida
—El fruto del árbol
de la vida en el jardín del Edén poseía virtudes sobrenaturales.
Comer de él equivalía a vivir para siempre. Su fruto era el antídoto de
la muerte. Sus hojas servían para mantener la vida y la inmortalidad.
Pero debido a la desobediencia del hombre, la muerte entró en el
mundo. Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal,
cuyo fruto aun le había sido prohibido que tocara. Su transgresión
abrió las compuertas de la maldición sobre la raza humana.
El Agricultor celestial trasplantó el árbol de la vida al paraíso
del cielo después de la entrada del pecado; pero sus ramas cuelgan
sobre la muralla hacia el mundo que está más abajo. Por medio de
la redención comprada por la sangre de Cristo, aún podemos comer
de su vivificante fruto.