Página 129 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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El cielo puede comenzar ahora
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su iglesia. Por la fe podemos estar en el umbral de la ciudad eterna, y
oír la bondadosa bienvenida dada a los que en esta vida cooperaron
con Cristo, considerándose honrados al sufrir por su causa. Cuando
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se expresen las palabras: “Venid, benditos de mi Padre” pondrán
sus coronas a los pies del Redentor, exclamando: “El Cordero que
fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y
fortaleza y honra y gloria y alabanza... Al que está sentado en el
trono, y al Cordero sea la bendición y la honra y la gloria, y el poder,
para siempre jamás”.—
Los Hechos de los Apóstoles, 480, 481
.
Dios no se agrada de que su pueblo cuelgue en los pasillos de
su memoria cuadros oscuros y dolorosos. Él quiere que cada alma
recoja las rosas, los lirios y los claveles, adornando los pasillos de
su memoria con las preciosas promesas de Dios que florecen por
todo su jardín. Él quiere que nos espaciemos en ellas, con nuestros
sentidos agudos y claros, tomándolas con toda su plena riqueza,
hablando del gozo que tenemos delante de nosotros. Él desea que
vivamos en el mundo, pero que no seamos del mundo, que nuestros
afectos se fijen en las cosas eternas. Él anhela que hablemos de
las cosas que él ha preparado para los que le aman. Estas atraerán
nuestras mentes, despertarán nuestras esperanzas y expectativas, y
fortalecerán nuestras almas para soportar los conflictos y las pruebas
de la vida. Cuando nos detengamos en estas escenas, el Señor ani-
mará nuestra fe y nuestra confianza. Él apartará el velo y nos dará
vislumbres de la herencia de los santos.—
Mensajes Selectos 3:185
.
Cristo se hizo carne con nosotros, a fin de que pudiésemos ser
espíritu con él. En virtud de esta unión hemos de salir de la tumba, no
simplemente como manifestación del poder de Cristo, sino porque,
por la fe, su vida ha llegado a ser nuestra. Los que ven a Cristo en su
verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por
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el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios,
recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna.—
El
Deseado de Todas las Gentes, 352
.
Un anticipo del cielo para los humildes
—Necesitamos que
Jesús more en nuestro corazón, y sea en él un manantial constante
y vivificador. Entonces, las corrientes que fluyan de ese manantial
serán puras, dulces, celestiales y anticiparán el cielo a los que son
humildes de corazón.—
EOP, 81
.