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La Segunda Venida y el Cielo
Cristo en el alma, un anticipo del cielo
—“Dulce será mi me-
ditación en él; yo me regocijaré en Jehová”.
Salmos 104:34
.
Descanse plenamente en los brazos de Jesús. Contemple su gran
amor, y mientras medite en su abnegación, su sacrificio infinito
hecho en nuestro favor para que creyésemos en él, su corazón se
llenará de gozo santo, paz serena, y amor indescriptible. Mientras
hablemos de Jesús y lo busquemos en oración, se fortalecerá nuestra
confianza de que él es nuestro Salvador personal y amante, y su
carácter aparecerá más y más hermoso... Debemos gozarnos con
ricos festines de amor, y mientras más plenamente creamos que
somos suyos por adopción, tendremos un goce anticipado del cielo.
Esperemos con fe en el Señor. Él impulsa al alma a la oración,
y nos imparte el sentimiento de su precioso amor. Nos sentimos
cerca de él, y podemos mantener una dulce comunión a su lado.
Obtenemos un pano—rama claro de su ternura y compasión, y nues-
tro corazón se abre y enternece al considerar el amor que se nos
concede. Sentimos en verdad morar a Cristo en el alma...
Nuestra paz es como un río, ola tras ola de gloria ruedan hacia el
interior del corazón, y verdaderamente cenamos con Jesús y él con
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nosotros. Sentimos que comprendemos el amor de Dios, y descansa-
mos en su amor. Ningún lenguaje puede describirlo; está más allá
del entendimiento. Somos uno con Jesús; nuestra vida se esconde
con Cristo en Dios. Tenemos la seguridad de que cuando él, que es
nuestra vida, aparezca, entonces, también apareceremos con él en
gloria. Con toda confianza podemos decir que Dios es nuestro Padre.
Ya sea que vivamos o muramos, pertenecemos al Señor. Su Espíritu
nos hace semejantes a Cristo Jesús en temperamento y disposición,
y representamos a Cristo ante los demás. Cuando él mora en el alma,
no es posible ocultar este hecho, porque es como una fuente de aguas
que mana vida eterna.—
Hijos e Hijas de Dios, 313
.
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