Página 133 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La música del cielo
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justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién
no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues sólo tú eres
santo”.—
La Educación, 308, 309
.
Pasaron para siempre los días de sufrimiento y llanto. El Rey de
gloria ha secado las lágrimas de todos los semblantes; toda causa
de pesar ha sido alejada. Mientras agitan las palmas, dejan oír un
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canto de alabanza, claro, dulce y armonioso; cada voz se une a la
melodía, hasta que entre las bóvedas del cielo repercute el clamor.—
El Conflicto de los Siglos, 708
.
Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y vean la
gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su
trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su
reino no tendrá fin, entonces prorrumpirán en un cántico de júbilo:
“¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido
para Dios con su propia preciosísima sangre!”—
El Conflicto de los
Siglos, 709, 710
.
Los redimidos tocarán hermosa música en el cielo
—Vi des-
pués un gran número de ángeles que traían de la ciudad brillantes
coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ella. A
medida que Jesús pedía las coronas, los ángeles se las presentaban
y con su propia diestra el amable Jesús las ponía en la cabeza de
los santos. Asimismo los ángeles trajeron arpas y Jesús las presentó
a los santos. Los caudillos de los ángeles preludiaban la nota del
cántico que era luego entonado por todas las voces en agradecida y
dichosa alabanza. Todas las manos pulsaban hábilmente las cuerdas
del arpa y dejaban oír melodiosa música en fuertes y perfectos acor-
des. Después vi que Jesús conducía a los redimidos a la puerta de la
ciudad; y al llegar a ella la hizo girar sobre sus goznes relumbrantes
y mandó que entraran todas las gentes que hubiesen guardado la
verdad. Dentro de la ciudad había todo lo que pudiese agradar a la
vista. Por doquiera los redimidos contemplaban abundante gloria.
Jesús miró entonces a sus redimidos santos, cuyo semblante irradia-
ba gloria, y fijando en ellos sus ojos bondadosos les dijo con voz
rica y musical: “Contemplo el trabajo de mi alma, y estoy satisfecho.
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Vuestra es esta excelsa gloria para que la disfrutéis eternamente.
Terminaron vuestros pesares. No habrá más muerte ni llanto ni pesar
ni dolor”. Vi que la hueste de los redimidos se postraba y echaba sus
brillantes coronas a los pies de Jesús, y cuando su bondadosa mano