Página 134 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La Segunda Venida y el Cielo
los alzó del suelo, pulsaron sus áureas arpas y llenaron el cielo con
su deleitosa música y cánticos al Cordero.—
Primeros Escritos, 288
.
Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus
discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias
de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en
forma de un cuadrado hueco en derredor de su Rey, cuya majestuosa
estatura sobrepasa en mucho a la de los santos y de los ángeles, y
cuyo rostro irradia amor benigno sobre ellos. De un cabo a otro de
la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está fija en él,
todo ojo contempla la gloria de Aquel cuyo aspecto fue desfigurado
“más que el de cualquier hombre, y su forma más que la de los hijos
de Adán”.
Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia
diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lle-
va su propio “nombre nuevo” (
Apocalipsis 2:17
), y la inscripción:
“Santidad a Jehová”. A todos se les pone en la mano la palma de la
victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan
la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas,
produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes. Dicha
indecible estremece todos los corazones, y cada voz se eleva en
alabanzas de agradecimiento. “Al que nos amó, y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes
para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás”.
Apocalipsis 1:5, 6
.—
El Conflicto de los Siglos, 703, 704
.
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La música perfecta del cielo
—Se me ha mostrado el orden,
el perfecto orden, en el cielo y he quedado extasiada escuchando
la música perfecta de ese lugar. Después de salir de la visión, el
canto de aquí me ha parecido muy áspero y discordante. He visto
compañías de ángeles ubicados en una plaza baja, cada uno con una
arpa de oro... Hay un ángel que siempre conduce, que siempre toca
primero el arpa y da la nota, y luego todos se unen en la exquisita
y perfecta música del cielo. No puedo describirla. Es una melodía
celestial, divina, mientras cada rostro refleja la imagen de Jesús, con
un fulgor de gloria inenarrable.—
El Evangelismo, 378, 379
.
Un canto que se entona primero en la tierra
—Los redimidos
echan sus relucientes coronas a los pies de Jesús. El coro angelical
hace resonar la nota de victoria y los ángeles de las dos columnas