Página 30 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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La Segunda Venida y el Cielo
y víctima a la vez. Así como en el servicio típico el sumo sacerdote
ponía a un lado sus ropas pontificias, y oficiaba con el blanco vestido
de lino del sacerdote común, así Cristo puso a un lado sus ropas
reales, fue vestido de humanidad, ofreció sacrificio, siendo él mismo
el sacerdote y la víctima. Como el sumo sacerdote, después de
realizar su servicio en el lugar santísimo, salía vestido con sus ropas
pontificias, a la congregación que esperaba, así Cristo vendrá la
segunda vez, cubierto de vestidos tan blancos “que ningún lavador
en la tierra los puede hacer tan blancos”.
Marcos 9:3
. El vendrá en
su propia gloria, y en la gloria de su Padre, y toda la hueste angélica
lo escoltará en su venida.—
Manuscrito 113, 1899
.
Cristo llama a sus santos que duermen
—Entre las oscilacio-
nes de la tierra, las llamaradas de los relámpagos y el fragor de los
truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los santos dormidos. Dirige
una mirada a las tumbas de los justos, y levantando luego las ma-
nos al cielo, exclama: “¡Despertaos, despertaos, despertaos, los que
dormís en el polvo, y levantaos!” Por toda la superficie de la tierra,
los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivirán. Y toda la tierra
repercutirá bajo las pisadas de la multitud extraordinaria de todas
las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la prisión de la muerte
sale revestida de gloria inmortal gritando “¿Dónde está, oh muerte,
tu aguijón? ¿dónde, oh sepulcro, tu victoria?”
1 Corintios 15:55
. Y
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los justos vivos unen sus voces a las de los santos resucitados en
prolongada y alegre aclamación de victoria.
Todos salen de sus tumbas de igual estatura que cuando en ellas
fueran depositados. Adán, que se encuentra entre la multitud resu-
citada, es de soberbia altura y formas majestuosas, de porte poco
inferior al del Hijo de Dios. Presenta un contraste notable con los
hombres de las generaciones posteriores; en este respecto se nota la
gran degeneración de la raza humana. Pero todos se levantan con la
lozanía y el vigor de eterna juventud. Al principio, el hombre fue
creado a la semejanza de Dios, no sólo en carácter, sino también
en lo que se refiere a la forma y a la fisonomía. El pecado borró e
hizo desaparecer casi por completo la imagen divina; pero Cristo
vino a restaurar lo que se había malogrado. El transformará nues-
tros cuerpos viles y los hará semejantes a la imagen de su cuerpo
glorioso. La forma mortal y corruptible, desprovista de gracia, man-
chada en otro tiempo por el pecado, se vuelve perfecta, hermosa e