Página 44 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

Basic HTML Version

40
La Segunda Venida y el Cielo
La Palabra de Dios contiene nuestra póliza de seguro de vida.
Comer la carne y beber la sangre del hijo de Dios significa estudiar
la Palabra e introducirla en la vida obedeciendo todos sus preceptos.
Los que participan así del Hijo de Dios llegan a ser partícipes de la
naturaleza divina, uno con Cristo. Respiran una atmósfera santa, la
única en la cual el alma verdaderamente puede vivir. Tienen en sus
vidas la certidumbre que emana de los principios santos recibidos
de la Palabra; obra en ellos el poder del Espíritu Santo y eso les
proporciona la garantía de la inmortalidad que les pertenecerá por
medio de la muerte y resurrección de Cristo. Si el cuerpo mortal
decae, los principios de su fe los sostienen, porque son partícipes
de la naturaleza divina. Debido a que Cristo fue levantado de los
muertos, se aferran a la promesa de su resurrección, y la vida eterna
será su recompensa.
Esta verdad es una verdad eterna porque Cristo mismo la enseñó.
Se comprometió a resucitar a los justos muertos porque dio su vida
[55]
por la vida del mundo. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo
por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí”.
Juan 6:57
. “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre”.
Juan 6:35
.—
Alza Tus Ojos, 76
.
Mansiones preparadas para los redimidos
—Cuán grande se-
rá el gozo cuando los redimidos del Señor se reúnan en las mansiones
preparadas para ellos. ¡Oh, qué gozo para todos los que hayan sido
obreros imparciales y abnegados juntamente con Dios en la tarea
de promover su obra aquí en la tierra! Qué satisfacción tendrá cada
segador cuando la voz clara y musical de Jesús diga: “Venid, ben-
ditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde
la fundación del mundo”.
Mateo 25:34
. “Entra en el gozo de tu
Señor”.—
Consejos Sobre Mayordomía Cristiana, 363
.
Título de propiedad del reino
—Tenemos su promesa. Dispo-
nemos de los títulos de propiedad en el reino de gloria. Jamás fueron
redactados títulos de propiedad tan estrictamente de acuerdo con la
ley, o más cuidadosamente firmados, que los que le dan derecho al
pueblo de Dios a las mansiones celestiales. “No se turbe vuestro
corazón—dice Cristo—; creéis en Dios; creed también en mí. En la
casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hu-
biera dicho; voy pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere
y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para