Página 47 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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Nuestra herencia eterna
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cada voz se une a la melodía, hasta que el canto inunda las bóvedas
del cielo.—
The Spirit of Prophecy 4:467
.
Coronas, arpas y ramas de palma
—Antes de entrar en la ciu-
dad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de
la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las
huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado
hueco en derredor de su Rey, cuya majestuosa estatura sobrepasa en
mucho a la de los santos y de los ángeles, y cuyo rostro irradia amor
benigno sobre ellos. De un cabo a otro de la innumerable hueste
de los redimidos, toda mirada está fija en él, todo ojo contempla
la gloria de Aquel cuyo aspecto fue desfigurado “más que el de
cualquier hombre, y su forma más que la de los hijos de Adán”.
Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia
diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lle-
va su propio “nombre nuevo” (
Apocalipsis 2:17
), y la inscripción:
“Santidad a Jehová”. A todos se les pone en la mano la palma de la
victoria y el arpa brillante. Luego que los ángeles que mandan dan
la nota, todas las manos tocan con maestría las cuerdas de las arpas,
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produciendo dulce música en ricos y melodiosos acordes. Dicha
indecible estremece todos los corazones, y cada voz se eleva en
alabanzas de agradecimiento. “Al que nos amó, y nos ha lavado de
nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes
para Dios y su Padre; a él sea gloria e imperio para siempre jamás”.
Apocalipsis 1:5, 6
.—
El Conflicto de los Siglos, 703, 704
.
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