Una atmósfera celestial
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estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (
Mateo
28:20
), da la bienvenida a los redimidos.
El mismo que dio su preciosa vida por ellos, quien por su gracia
movió sus corazones al arrepentimiento, quien los despertó a su ne-
cesidad de arrepentimiento, los recibe ahora en su gozo. ¡Oh, cuánto
lo aman! La realización de su esperanza es infinitamente mayor que
su expectativa. Su gozo es completo, y ellos toman sus refulgentes
coronas y las arrojan a los pies de su Redentor.—
Consejos Sobre
Mayordomía Cristiana, 364
.
No todo ha sido revelado
—El Señor ha provisto todo para nues-
tra felicidad en la vida futura, pero no ha hecho revelaciones acerca
de esos planes y no hemos de conjeturar en cuanto a ellos. Tampoco
hemos de medir las condiciones de la vida futura por las condiciones
de esta vida.
Los asuntos de vital importancia han sido revelados claramente
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en la Palabra de Dios. Estos temas son dignos de nuestro pensa-
miento más profundo. Pero no hemos de investigar en asuntos en los
cuales Dios se ha callado. Algunos han aventurado la especulación
de que los redimidos no tendrán cabellos canos. Se han presentado
otras necias suposiciones como si fueran asuntos de importancia.
Dios ayude a su pueblo a pensar razonablemente. Cuando se levan-
ten preguntas en las cuales estamos en la incertidumbre, debiéramos
preguntar: “¿Qué dice la Escritura?”—
Mensajes Selectos 1:204
.
Jesús explicará sus providencias
—Durante mucho tiempo he-
mos esperado el regreso de nuestro Salvador. Pero no por eso la
promesa es menos segura. Pronto nos encontraremos en nuestro
hogar prometido. Allá Jesús nos guiará junto a las aguas vivas que
fluyen del trono de Dios, y nos explicará las enigmáticas disposi-
ciones a través de las cuales nos guió a fin de perfeccionar nuestros
caracteres. Allí veremos en todas partes los hermosos árboles del
paraíso, y en medio de ellos contemplaremos el árbol de la vida. Allí
veremos con una visión perfecta las hermosuras del Edén restaurado.
Allí arrojaremos a los pies de nuestro Redentor las coronas que
él había colocado en nuestras cabezas, y, pulsando nuestras arpas
doradas, ofreceremos alabanza y agradecimiento a Aquel que está
sentado sobre el trono.—
Consejos Sobre Mayordomía Cristiana,
364, 365
.