Página 67 - La Segunda Venida y el Cielo (2003)

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¿Quiénes estarán allí?
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Los que se sostienen en Jesús
—Nuestro Salvador es la escalera
que Jacob vio, cuya base descansaba en la tierra, y cuya cúspide
alcanzaba a los altos cielos. Esto revela el señalado método de
salvación. Si alguno de nosotros se ha de salvar finalmente, será
por haberse aferrado a Jesús como a los peldaños de una escalera.—
Joyas de los Testimonios 2:211, 212
.
Los que se humillan como un niño serán elegidos
.El Padre
dispensa su amor a su pueblo elegido que vive en medio de los
hombres. Este es el pueblo que Cristo ha redimido por el precio de su
propia sangre; y porque responden a la atracción de Cristo por medio
de la soberana misericordia de Dios, son elegidos para ser salvados
como hijos obedientes. Sobre ellos se manifiesta la libre gracia
de Dios, el amor con el cual los ha amado. Todos los que quieran
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humillarse a sí mismos como niñitos, que quieran recibir y obedecer
la Palabra de Dios con la sencillez de un niño, se encontrarán entre
los elegidos de Dios.—
Maravillosa Gracia de Dios, La, 142
.
Los 144.000
—...Atravesamos los bosques en camino hacia el
monte de Sion.
En el trayecto encontramos a un grupo que también contempla-
ba la hermosura del paraje. Advertí que el borde de sus vestiduras
era rojo; llevaban mantos de un blanco purísimo y muy brillantes
coronas. Cuando los saludamos pregunté a Jesús quiénes eran, y me
respondió que eran mártires que habían sido muertos por su nombre.
Los acompañaba una innúmera hueste de pequeñuelos que también
tenían un ribete rojo en sus vestiduras. El monte de Sion estaba
delante de nosotros, y sobre el monte había un hermoso templo.
Lo rodeaban otros siete montes donde crecían rosas y lirios. Los
pequeñuelos trepaban por los montes o, si lo preferían, usaban sus
alitas para volar hasta la cumbre de ellos y recoger inmarcesibles flo-
res. Toda clase de árboles hermoseaban los alrededores del templo:
el boj, el pino, el abeto, el olivo, el mirto, el granado y la higuera
doblegada bajo el peso de sus maduros higos, todos embellecían
aquel paraje. Cuando íbamos a entrar en el santo templo, Jesús alzó
su melodiosa voz y dijo: “Únicamente los 144.000 entran en este
lugar”. Y exclamamos: “¡Aleluya!”
Este templo estaba sostenido por siete columnas de oro trans-
parente, con engastes de hermosísimas perlas. No me es posible
describir las maravillas que vi. ¡Oh, si yo supiera el idioma de Ca-