Algunos que no estarán allí
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de su iniquidad se había colmado.—
Comentario Bíblico Adventista
2:1017
.
Judas
—Dios ha señalado medios, si nosotros los usamos con
diligencia y con oración, para que ningún bajel naufrague, sino que
capee la tempestad, y ancle finalmente en el cielo de bendición. Pero
si despreciamos y descuidamos este equipo y este privilegio, Dios
no obrará un milagro para salvar a ninguno de nosotros, y estaremos
perdidos como lo estuvieron Judas y Satanás.—
Mensajes para los
Jóvenes, 152, 153
.
Herodes, Herodías, Pilato y las personas involucradas direc-
tamente en la crucifixión de Jesús
—Luego, ante las multitudes
agitadas, se reproducen las escenas finales: el paciente Varón de
dolores pisando el sendero del Calvario; el Príncipe del cielo colga-
do de la cruz; los sacerdotes altaneros y el populacho escarnecedor
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ridiculizando la agonía de su muerte; la obscuridad sobrenatural; el
temblor de la tierra, las rocas destrozadas y los sepulcros abiertos
que señalaron el momento en que expiró el Redentor del mundo.
La escena terrible se presenta con toda exactitud. Satanás, sus
ángeles y sus súbditos no pueden apartar los ojos del cuadro que
representa su propia obra. Cada actor recuerda el papel que desem-
peñó. Herodes, el que mató a los niños inocentes de Belén para hacer
morir al Rey de Israel; la innoble Herodías, sobre cuya conciencia
pesa la sangre de Juan el Bautista; el débil Pilato, esclavo de las
circunstancias; los soldados escarnecedores; los sacerdotes y gober-
nantes, y la muchedumbre enloquecida que gritaba: “¡Recaiga su
sangre sobre nosotros, y sobre nuestros hijos!”—todos contemplan
la enormidad de su culpa. En vano procuran esconderse ante la di-
vina majestad de su presencia que sobrepuja el resplandor del sol,
mientras que los redimidos echan sus coronas a los pies del Salvador,
exclamando: “¡El murió por mí!”—
El Conflicto de los Siglos, 725
.
Los que pusieron en ridículo su aserto de ser el Hijo de Dios
enmudecen ahora. Allí está el altivo Herodes que se burló de su
título real y mandó a los soldados escarnecedores que le coronaran.
Allí están los hombres mismos que con manos impías pusieron sobre
su cuerpo el manto de grana, sobre sus sagradas sienes la corona de
espinas y en su dócil mano un cetro burlesco, y se inclinaron ante él
con burlas de blasfemia. Los hombres que golpearon y escupieron al
Príncipe de la vida, tratan de evitar ahora su mirada penetrante y de