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La Segunda Venida y el Cielo
huir de la gloria abrumadora de su presencia. Los que atravesaron
con clavos sus manos y sus pies, los soldados que le abrieron el
costado, consideran esas señales con terror y remordimiento.
[105]
Los sacerdotes y los escribas recuerdan los acontecimientos del
Calvario con claridad aterradora. Llenos de horror recuerdan cómo,
moviendo sus cabezas con arrebato satánico, exclamaron: “A otros
salvó, a sí mismo no puede salvar: si es el Rey de Israel, descienda
ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si
le quiere.”
Mateo 27:42, 43
.
Recuerdan a lo vivo la parábola de los labradores que se negaron
a entregar a su señor los frutos de la viña, que maltrataron a sus
siervos y mataron a su hijo. También recuerdan la sentencia que
ellos mismos pronunciaron: “A los malos destruirá miserablemente”
el señor de la viña. Los sacerdotes y escribas ven en el pecado y en el
castigo de aquellos malos labradores su propia conducta y su propia
y merecida suerte. Y entonces se levanta un grito de agonía mortal.
Más fuerte que los gritos de “¡Sea crucificado! ¡Sea crucificado!”
que resonaron por las calles de Jerusalén, estalla el clamor terrible
y desesperado: “¡Es el Hijo de Dios! ¡Es el verdadero Mesías!”
Tratan de huir de la presencia del Rey de reyes. En vano tratan
de esconderse en las hondas cuevas de la tierra desgarrada por la
conmoción de los elementos.—
El Conflicto de los Siglos, 701
.
Nerón y su madre; los sacerdotes y pontífices papales
—Entre
la multitud de los rescatados están los apóstoles de Cristo, el heroico
Pablo, el ardiente Pedro, el amado y amoroso Juan y sus hermanos de
corazón leal, y con ellos la inmensa hueste de los mártires; mientras
que fuera de los muros, con todo lo que es vil y abominable, se
encuentran aquellos que los persiguieron, encarcelaron y mataron.
Allí está Nerón, monstruo de crueldad y de vicios, y puede ver la
alegría y el triunfo de aquellos a quienes torturó, y cuya dolorosa
angustia le proporcionara deleite satánico. Su madre está allí para ser
testigo de los resultados de su propia obra; para ver cómo los malos
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rasgos de carácter transmitidos a su hijo y las pasiones fomentadas
y desarrolladas por la influencia y el ejemplo de ella, produjeron
crímenes que horrorizaron al mundo.
Allí hay sacerdotes y prelados papistas, que dijeron ser los em-
bajadores de Cristo y que no obstante emplearon instrumentos de
suplicio, calabozos y hogueras para dominar las conciencias de su