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Testimonios para los Ministros
las demandas del pueblo, le quitarían la vida, e hizo como querían.
Reunió los ornamentos de oro, hizo un becerro de fundición, y le
dio forma con buril. Los dirigentes del pueblo declararon: “Israel,
éstos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Cuando
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Aarón vio que la imagen que había modelado agradaba al pueblo,
se sintió orgulloso de su obra de artífice. Edificó un altar ante el
ídolo, “y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Y
al día siguiente madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron
ofrendas de paz; y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó
a regocijarse”. Bebieron e hicieron fiesta, y se entregaron a la ale-
gría y a las danzas, que terminaron en las orgías vergonzosas que
caracterizaban el culto pagano de los falsos dioses.
Dios en el cielo contempló todo aquello, y advirtió a Moisés de
lo que estaba ocurriendo en el campamento, diciendo: “Ahora, pues,
déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo
haré una nación grande. Entonces Moisés oró en presencia de Jehová
su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu
pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con
mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para
mal los sacó, para matarlos en los montes. y para raerlos de sobre la
faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este
mal contra tu pueblo. Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Israel
tus siervos, a los cuales has jurado por ti mismo, y les has dicho:
Yo multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y
daré a vuestra descendencia toda esta tierra de que he hablado, y la
tomarán por heredad para siempre. Entonces Jehová se arrepintió
del mal que dijo que había de hacer a su pueblo”.
Cuando Moisés descendió del monte con las dos tablas del tes-
timonio en sus manos oyó la gritería del pueblo, y al acercarse
contempló el ídolo y la multitud rebelde. Abrumado de horror e
indignación porque Dios había sido deshonrado, y el pueblo había
quebrantado su solemne pacto con él, arrojó al suelo las dos tablas
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de piedra y las rompió al pie del monte. Aunque su amor por Israel
era tan grande que estaba dispuesto a poner su propia vida por el
pueblo, sin embargo su celo por la gloria de Dios lo enojó, y ese
enojo halló expresión en ese acto de tan terrible significado. Dios
no lo reconvino. El haber roto las tablas de piedra era sólo una re-
presentación del hecho de que Israel había quebrantado el pacto que