Página 107 - Testimonios para los Ministros (1979)

Basic HTML Version

Las santas escrituras
103
ciones son claramente contestadas por las palabras de las Escrituras,
no reconocen la evidencia presentada ni admiten estar convencidos.
Sus preguntas no tenían el propósito de llegar a la verdad, sino la
mera intención de confundir la mente de los demás.
Algunos han pensado que es una evidencia de agudeza y superio-
ridad intelectual el sumir en la perplejidad las mentes con respecto
a cuál es la verdad. Recurren a una sutil argumentación, al juego
de palabras; toman injusta ventaja haciendo preguntas. Cuando sus
preguntas han sido claramente contestadas, cambian de tema y saltan
a otro punto para evitar tener que reconocer la verdad. Debemos
cuidarnos de albergar el espíritu que dominó a los judíos. No querían
aprender de Cristo, porque su explicación de las Escrituras no estaba
de acuerdo con las ideas de ellos; por lo tanto lo espiaban en su ca-
mino, “acechándole, y procurando cazar alguna palabra de su boca
[109]
para acusarle”. No traigamos sobre nosotros la terrible denuncia de
las palabras del Salvador: “¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley!
porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no
entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis”.
Con sencillez y fe
No requiere mucho conocimiento o capacidad el hacer preguntas
difíciles de responder. Un niño puede hacer preguntas que pueden
dejar perplejos a los hombres más sabios. No nos empeñemos en
una competencia de esta clase. Existe en nuestro tiempo la misma
incredulidad que había en los días de Cristo. Hoy, como entonces, el
deseo de promoción y de alabanza de parte de los hombres descami-
na al pueblo de la sencillez de la verdadera piedad. No hay orgullo
tan peligroso como el orgullo espiritual.
Los jóvenes deben investigar las Escrituras por sí mismos. No
deben pensar que es suficiente que los de más experiencia busquen
la verdad y que los más jóvenes pueden aceptarla cuando proviene
de ellos, considerándolos una autoridad. Los judíos perecieron como
nación porque fueron apartados de la verdad de la Biblia por sus
gobernantes, sacerdotes y ancianos. Si hubieran hecho caso a Jesús,
e investigado las Escrituras por sí mismos, no habrían perecido.
Hay jóvenes en nuestras filas que están vigilando para ver con
qué espíritu los ministros abordan la investigación de las Escrituras,