Página 117 - Testimonios para los Ministros (1979)

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La alta norma de Dios
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embargo, todos pueden alcanzar esa norma. El Señor ve la necesidad
del alma, el hambre del alma consciente. El considera la disposición
de la mente, de la cual proceden nuestras acciones. Ve si por encima
de toda otra cosa se manifiesta respeto y fe hacia Dios. El verdadero
investigador, que lucha para ser semejante a Jesús en palabra, vida y
carácter, contemplará a su Redentor y, al hacerlo, será transformado
a su imagen, porque anhela tener la misma actitud mental que hubo
en Cristo Jesús, y ora por ella. No es el temor a la vergüenza o el
temor a la pérdida lo que lo inhibe de hacer el mal, porque sabe
que todo lo que disfruta viene de Dios, y él quisiera aprovechar sus
bendiciones para poder representar a Cristo. No apetece el lugar
más alto, ni la alabanza de los seres humanos. Este no es su ávido
interés. Al aprovechar sabiamente lo que ahora tiene, trata de obtener
cada vez más capacidad, para poder dar a Dios un mayor servicio.
Tiene sed de Dios. La historia de su Redentor, el inconmensurable
sacrificio que realizó, adquiere pleno significado para él. Cristo, la
majestad del cielo, se hizo pobre, para que nosotros, por su pobreza,
llegáramos a ser ricos; no ricos solamente en dotes, sino ricos en
realizaciones.
Estas son las riquezas que Cristo fervientemente anhela que sus
seguidores posean. Cuando el verdadero investigador de la verdad lee
la Palabra y abre su mente para recibirla, anhela la verdad con todo
su corazón. El amor, la piedad, la ternura, la cortesía, la amabilidad
cristiana, que serán los elementos característicos de las mansiones
celestiales que Cristo ha ido a preparar para los que le aman, toman
posesión de su alma. Su propósito es firme. Está determinado a
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colocarse del lado de la justicia. La verdad ha llegado a su corazón, y
está implantada allí por el Espíritu Santo, quien es la verdad. Cuando
la verdad toma posesión del corazón, el hombre da evidencia segura
de ese hecho convirtiéndose en mayordomo de la gracia de Cristo.
El corazón del verdadero cristiano está imbuido de verdadero
amor, de intenso anhelo por las almas. No descansa hasta hacer todo
lo que está a su alcance para buscar y salvar lo que se ha perdido.
El tiempo y la fuerza se invierten; no se escatima esfuerzo penoso.
Otros deben recibir la verdad que ha traído a su propia alma tanta
alegría y paz y gozo en el Espíritu Santo.
Cuando el alma verdaderamente convertida disfruta del amor
de Dios, siente su obligación de llevar el yugo de Cristo y trabajar