Página 134 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
borde de la muerte. El poder de Dios es el único capaz de cambiar
el corazón humano y llenarlo del amor de Cristo. El poder de Dios
es el único que puede corregir y dominar las pasiones y santificar
los afectos. Todos los que ministran deben humillar sus corazones
orgullosos, someter su voluntad a la voluntad de Dios, y ocultar su
vida con Cristo en Dios.
¿Cuál es el objeto del ministerio? ¿Es mezclar lo cómico con
lo religioso? El lugar para tales exhibiciones es el teatro. Si Cristo
es formado en el interior, si la verdad con su poder santificador es
introducida en el santuario íntimo del alma, no tendréis a hombres
festivos, ni a hombres agrios, de mal genio y ceñudos para enseñar
las preciosas lecciones de Cristo a las almas que perecen.
Nuestros ministros necesitan una transformación de carácter.
Deben sentir que si sus obras no son hechas en Dios, si se los deja a
merced de sus propios esfuerzos imperfectos son los más miserables
de todos los hombres. Cristo estará con todo ministro que, aun
cuando no haya alcanzado la perfección del carácter, esté procurando
con todo fervor llegar a ser semejante a Cristo. Un ministro tal habrá
de orar. Llorará entre el pórtico y el altar, clamando con angustia de
alma que la presencia del Señor esté con él, de otra manera no podrá
presentarse ante el pueblo, con todo el cielo que lo observa y con la
pluma del ángel que toma nota de sus palabras, su comportamiento
y su espíritu.
¡Ojalá los hombres temiesen al Señor! ¡Ojalá amasen a Dios!
¡Ojalá los mensajeros de Dios sintieran la carga por las almas que
perecen! Entonces no serían meros discursantes, sino que el poder
de Dios daría vida a sus almas y sus corazones arderían con el fuego
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del amor divino. Su debilidad se transformaría en fortaleza, porque
serían hacedores de la palabra. Oirían la voz de Jesús: “He aquí
yo estoy con vosotros todos los días”. Jesús sería su maestro; y la
palabra hablada por ellos sería viva y eficaz, y más cortante que una
espada de dos filos, que discierne los pensamientos y las intenciones
del corazón. En la misma proporción en que el orador aprecia la
presencia divina, honra el poder de Dios y confía en él, es reconocido
como colaborador de Dios. Precisamente en esta proporción llega a
ser poderoso por medio de Dios.
Se necesita un poder elevador, un crecimiento constante en el
conocimiento de Dios y la verdad, de parte del que busca la salvación