Página 136 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
soportar la presencia del pecado. Esto es lo que su alma odia. Aun
a los ángeles que estaban cerca de su trono, a los cuales él amaba,
pero que no guardaron su prístino estado de lealtad, Dios los arrojó
del cielo con su rebelde dirigente. La santidad es el fundamento
del trono de Dios; el pecado es lo opuesto a la santidad; el pecado
crucificó al Hijo de Dios. Si los hombres pudieran ver cuán odioso
es el pecado, no lo tolerarían, no se educarían en él. Lograrían una
reforma en la vida y el carácter. Las faltas secretas serían vencidas.
Si habéis de ser santos en el cielo, debéis primero ser santos en la
tierra.
[146]
Hay una gran necesidad de que nuestros hermanos venzan las
faltas secretas. El desagrado de Dios, como una nube, pende sobre
muchos de ellos. Las iglesias están débiles. El egoísmo, la falta de
caridad, la codicia, la envidia, las malas sospechas, la falsedad, el
robo, la sensualidad, la licencia y el adulterio, [
veasé el Apéndice.
]
están registrados contra algunos de los que pretenden creer la solem-
ne y sagrada verdad para este tiempo. ¿Cómo pueden estas cosas
malditas ser eliminadas del campamento, cuando los hombres que
pretenden ser cristianos están practicándolas constantemente? De
alguna manera cuidan su comportamiento delante de los hombres,
pero son una ofensa para Dios. Sus ojos puros ven, y un testigo
registra todos sus pecados, tanto los manifiestos como los secretos; y
a menos que se arrepientan y confiesen sus pecados delante de Dios,
a menos que caigan sobre la Roca y sean quebrantados, sus pecados
permanecerán anotados contra ellos en los libros de memoria. ¡Oh,
terribles historias se abrirán ante el mundo en ocasión del juicio,
historias de pecados nunca confesados, de pecados nunca borrados!
¡Ojalá vieran estas pobres almas que están acumulando contra ellas
ira para el día de la ira! Entonces serán revelados los pensamientos
del corazón, así como las acciones. Os digo, mis hermanos y her-
manas, necesitáis humillar vuestras almas delante de Dios. “Dejad
de hacer lo malo”, pero no os detengáis allí. “Aprended a hacer el
bien”. Podéis glorificar a Dios sólo llevando fruto para su gloria.
Ministros, por causa de Cristo, comenzad la obra en favor de
vosotros mismos. Por vuestra vida no santificada habéis colocado
piedras de tropiezo delante de vuestros propios hijos y delante de
los no creyentes. Algunos de vosotros actuáis por impulso, guiados
por la pasión y el prejuicio, y traéis a Dios ofrendas impuras, man-