Página 144 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
tenían nombre que vivían aunque estaban muertos. Sí, hay muchas
personas tales entre nuestro pueblo, muchos que pretenden estar
vivos, y sin embargo están muertos. Hermanos míos, a menos que el
Espíritu Santo, como principio vital, os esté inspirando a obedecer
sus impulsos y a depender de su influencia, trabajando con la fuerza
divina, mi mensaje de parte de Dios para vosotros es: “Estáis bajo un
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engaño que resultará fatal para vuestras almas. Debéis convertiros.
Debéis recibir luz antes de dar luz. Colocaos bajo los brillantes rayos
del Sol de justicia”. Entonces podréis decir con Isaías: “Levántate,
resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido
sobre ti”. Debéis cultivar la fe y el amor. “No se ha acortado la
mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para no
oír”. Buscad al Señor. No descanséis antes que sepáis que Cristo es
vuestro Salvador.
Hermanos míos, deseo que recordéis que la religión de la Biblia
nunca destruye la simpatía humana. La verdadera cortesía cristiana
necesita ser enseñada y practicada, para ser aplicada en todo el trato
que tengáis con vuestros hermanos y con los mundanos. Se necesita
mucho más amor y cortesía en nuestras familias de lo que ahora se
manifiesta. Cuando nuestros hermanos ministros beban del Espíritu
de Cristo diariamente, serán verdaderamente corteses, y no conside-
rarán que es una debilidad ser tiernos de corazón y piadosos, porque
éste es uno de los principios del Evangelio de Cristo. Las enseñanzas
de Cristo enternecían y suavizaban el alma. La verdad recibida en
el corazón obrará una renovación en el alma. Los que aman a Jesús
amarán a las almas por las cuales él murió. La verdad implantada
en el corazón revelará el amor de Jesús y su poder transformador.
Toda rudeza, acritud, crítica y todo espíritu tiránico no son de Cristo,
sino que proceden de Satanás. La frialdad, la falta de compasión, la
carencia de tierna simpatía, están leudando el campamento de Israel.
Si se permite que estos males se fortalezcan, como ha ocurrido en los
últimos años, nuestras iglesias se verán en una condición deplorable.
Todo maestro de la verdad necesita el principio de la semejanza a
Cristo en su carácter. No habrá enojos, regaños y expresiones de des-
precio de parte de aquél que esté cultivando las virtudes cristianas.
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El siente que debe participar de la naturaleza divina, y debe reabas-
tecerse en la fuente inagotable de la gracia celestial, de otra manera
eliminará de su alma la gracia de la bondad humana. Debemos amar