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Testimonios para los Ministros
Necesidad del poder y la sabiduría divinos
Melbourne, Australia,
3 de julio de 1892
Se nos ha preguntado por qué existe tan poco poder en las igle-
sias, por qué tienen tan poca eficiencia nuestros maestros. La res-
puesta es que en diversas formas los profesos seguidores de Cristo
están albergando pecados conocidos y su conciencia se ha endure-
cido por haber sido violada durante largo tiempo. La respuesta es
que los hombres no andan con Dios sino que se apartan de Jesús,
y como resultado vemos cómo en la iglesia hay egoísmo, codicia,
orgullo, contiendas, contención, dureza de corazón, licencia, y malas
prácticas. Aun entre los que predican la Palabra sagrada de Dios,
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se observa esta situación lamentable, y a menos que haya una re-
forma cabal entre los que carecen de santidad, sería mejor que tales
hombres abandonaran el ministerio y eligieran alguna otra ocupa-
ción donde sus pensamientos irregenerados no trajeran el desastre al
pueblo de Dios.
Esperando y velando
El apóstol exhorta a los hermanos con estas palabras: “Por lo
demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su
fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar
firmes... en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”. ¡Oh,
qué día está delante de nosotros! ¡Qué zarandeo habrá entre aquellos
que pretenden ser hijos de Dios! Los injustos serán encontrados entre
los justos. Los que tienen gran luz y no han andado en ella, tendrán
tinieblas correspondientes a la luz que han despreciado. Necesitamos
prestar atención a la lección contenida en las palabras de Pablo:
“Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”.
El enemigo está trabajando diligentemente para ver a quién puede
añadir a las filas de la apostasía; pero el Señor viene pronto y antes
de mucho todo caso será decidido para la eternidad. Aquellos cuyas
obras corresponden con la luz que les fue misericordiosamente dada,
se encontrarán del lado del Señor.
Estamos velando y esperando la grandiosa y majestuosa esce-
na que clausurará la historia de esta tierra. Pero no debemos estar