Página 159 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Necesidades humanas y provisión divina
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El Espíritu Santo espera que pidamos y recibamos su poder
Melbourne, Australia,
28 de diciembre de 1891
Precisamente antes que Jesús dejara a sus discípulos para ir a
las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu
Santo. Esta promesa nos pertenece a nosotros tanto como a ellos,
y sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo o se
habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia del silencio
sobre este importantísimo asunto, ¿acerca de qué promesa sabemos
menos, por su cumplimiento real, que acerca de esta rica promesa
del don del Espíritu Santo, mediante el cual será eficaz toda nuestra
labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por
casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso
es todo. Las profecías han sido tratadas detenidamente, las doctrinas
han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que
crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación sea
acompañada por la convicción, y las almas sean convertidas a Dios,
ha sido mayormente excluido del esfuerzo ministerial. Este tema
ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro hubiera sido
reservado para su consideración. Otras bendiciones y privilegios han
sido presentados ante nuestro pueblo hasta despertar en la iglesia
el deseo de conseguir la bendición prometida por Dios; pero ha
quedado la impresión de que el don del Espíritu Santo no es para la
iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la
iglesia lo recibiera.
Todas las demás bendiciones
Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las
demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al
pueblo de Dios. Por medio de los astutos artificios del enemigo
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las mentes de los hijos de Dios parecen incapaces de comprender
las promesas divinas y de apropiarse de ellas. Parecen pensar que
únicamente los más escasos chaparrones de la gracia han de caer
sobre el alma sedienta. El pueblo de Dios se ha acostumbrado a
pensar que debe confiar en sus propios esfuerzos, que poca ayuda
ha de recibirse del cielo; y el resultado es que tiene poca luz para
comunicar a otras almas que mueren en el error y la oscuridad. La