Colaboradores de Dios
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no se les permite a los hombres tomar la obra de la naturaleza en sus
propias manos. Dios obra por medio de la acción tranquila y regular
de las leyes que estableciera. Así ocurre en las cosas espirituales.
Satanás trata constantemente de producir efectos por medio de rudas
y violentas arremetidas; pero Jesús hallaba acceso a la mente por
la senda de las asociaciones de ideas que le son más familiares. El
perturbaba en lo mínimo posible su acostumbrada cadena de pensa-
mientos por acciones abruptas o reglas prescriptas. Honraba con su
confianza al hombre dándole así la oportunidad de demostrar que era
digno de esa confianza. Presentaba antiguas verdades iluminadas por
una nueva y preciosa luz. A los doce años maravilló a los doctores
de la ley por sus preguntas en el templo.
Jesús se revistió de humanidad para poder encontrarse con la
humanidad. El coloca a los hombres bajo el poder transformador de
la verdad encontrándolos donde están. Obtiene acceso al corazón
conquistando la simpatía y la confianza, logrando que todos sientan
que él está plenamente identificado con la naturaleza humana y los
intereses de los hombres. La verdad salía de sus labios hermosa
en su sencillez, y sin embargo revestida de dignidad y poder. ¡Qué
maestro era nuestro Señor Jesucristo! ¡Cuán tiernamente trató a cada
honrado investigador de la verdad, para ganar su simpatía, y hallar
lugar en su corazón!
Debo deciros, hermanos, que estáis lejos de lo que el Señor qui-
siera que fuerais. Los atributos del enemigo de Dios y del hombre
demasiado a menudo hallan expresión en vuestro espíritu y en vues-
tra actitud mutua. Os herís mutuamente porque no sois participantes
de la naturaleza divina. Obráis en contra de la perfección de vuestro
propio carácter, os acarreáis dificultades, hacéis vuestra labor dura y
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cansadora, porque consideráis vuestro propio espíritu y vuestros de-
fectos de carácter como preciosas virtudes dignas de ser atesoradas
y fomentadas.
Jesús les señala a las mentes más elevadas, así como a las más
humildes, el lirio bañado por el rocío matutino, y nos pide: “Consi-
derad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero
os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como
uno de ellos”. Y aplica esta lección: “Si la hierba del campo que hoy
es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho
más a vosotros, hombres de poca fe?”