Página 192 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
La organización de Dios
Estudien los obreros de Dios el capítulo sexto de Isaías y los
primeros dos capítulos de Ezequiel.
La rueda dentro de otra rueda, la semejanza de criaturas vivien-
tes relacionadas con ellas, todo le parecía al profeta intrincado e
inexplicable. Pero la mano de la sabiduría infinita se ve entre las
ruedas, y el orden perfecto es el resultado de su obra. Cada rueda
trabaja en perfecta armonía con cada una de las demás.
Se me ha mostrado que los instrumentos humanos buscan de-
masiado poder y tratan de controlar la obra ellos mismos. Dejan a
Jehová Dios, el Obrero Poderoso, demasiado fuera de sus métodos y
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planes y no le confían todas las cosas con respecto al progreso de
la obra. Nadie debe imaginarse que está en condiciones de manejar
estas cosas que pertenecen al gran YO SOY. Dios en su providencia
está preparando un camino para que la obra pueda ser realizada por
agentes humanos. Ocupe, pues, todo hombre su puesto del deber a
fin de hacer la parte que le toca en este tiempo, sabiendo que Dios
es su instructor.
En la toma de Jericó, Jehová Dios de los ejércitos era el general
de las huestes de Israel. El hizo el plan para la batalla y llamó a
agentes celestiales y humanos a participar en la obra, pero ninguna
mano humana tocó los muros de Jericó. Dios dispuso las cosas de
tal manera que el hombre no pudiera atribuirse ningún crédito por
la victoria. Sólo Dios debía ser glorificado. Así debe ser en la obra
en la cual estamos empeñados. La gloria no ha de ser dada a los
agentes humanos; sólo el Señor ha de ser magnificado. Leed con
todo cuidado el tercer capítulo de Ezequiel. Debemos aprender a
depender enteramente de Dios y recordar siempre que el Señor Dios
necesita de todo agente que sostenga la verdad en justicia. Como
obreros por Cristo, debemos proclamar al mundo, de pie frente a la
cruz del Calvario: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo”. Hemos de proclamar el mensaje del tercer ángel con
nuestras voces humanas, y ha de ir al mundo con poder y gloria.
Cuando los hombres dejen de depender de los hombres, cuando
hagan de Dios su eficiencia, se manifestará más confianza mutua.
Nuestra fe en Dios es sumamente débil y nuestra confianza mutua
es demasiado exigua.