Página 193 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Obreros dirigidos por Dios
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Cristo sopló sobre sus discípulos y dijo: “Recibid el Espíritu
Santo”. Cristo es representado por su Santo Espíritu hoy en día en
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todas partes de su gran viña. El dará la inspiración de su Santo
Espíritu a todos los de corazón contrito.
Dependamos más de la eficiencia del Espíritu Santo, y menos de
los agentes humanos. Lamento decir que por lo menos algunos no
han dado evidencia de haber aprendido la lección de la mansedumbre
y la humildad en la escuela de Cristo. No permanecen en Cristo,
no tienen relación vital con él. No son dirigidos por la sabiduría de
Cristo mediante la entrega de su Santo Espíritu. Os pregunto: ¿Cómo
podemos tener a estos hombres por jueces infalibles? Pueden ocupar
puestos de responsabilidad, pero están viviendo lejos de Cristo. No
tienen la mente de Cristo y no aprenden diariamente de él. Sin
embargo, en algunos casos se confía en su juicio, y su consejo es
considerado como sabiduría de Dios.
Cuando los agentes humanos escogen la voluntad de Dios y
se conforman al carácter de Cristo, Jesús actúa por medio de los
órganos y facultades de ellos. Ponen a un lado todo orgullo egoísta,
toda manifestación de superioridad, toda exigencia arbitraria, y ma-
nifiestan la humildad y la mansedumbre de Cristo. No son ya ellos
mismos los que viven y actúan, sino que es Cristo el que vive y actúa
por medio de ellos. Entienden las preciosas palabras de la oración
del Salvador: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en
unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los
has amado a ellos como también a mí me has amado”.
Dios quiere que todo individuo mire menos a lo finito, que de-
penda menos de los hombres. Tenemos consejeros que dan evidencia
de que no conocen la gracia de Cristo y no entienden la verdad como
es en Jesús. Los colaboradores de Dios tienen una opinión humilde
de sí mismos. No son jactanciosos, no tienen suficiencia propia,
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no se ensalzan a sí mismos. Son longánimes, bondadosos, llenos
de misericordia y buenos frutos. La ambición humana ocupa una
posición subordinada en ellos. La justicia de Cristo los precede, y la
gloria del Señor es su retaguardia.