Página 199 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Obreros dirigidos por Dios
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acusación que ponga en operación los agentes del mal, las confe-
deraciones de hombres que están aliados con los malos espíritus?
Cristo era el Hijo unigénito del Dios infinito, el Comandante de las
cortes celestiales, y sin embargo se abstuvo de presentar acusación
contra Satanás. Hablando acerca de Jesús, Isaías dice: “Un niño nos
es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno,
Príncipe de paz”.
Consideren, aquellos que hablan y escriben acerca del mensaje
del tercer ángel, el hecho de que el Príncipe de paz no presentó una
acusación vehemente contra el enemigo, y aprendan la lección que
deberían haber aprendido mucho antes. Deberían llevar el yugo de
Cristo y practicar su humildad. El gran Maestro dice: “Aprended
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de mí [no soy jactancioso, escondo mi gloria], que soy manso y
humilde de corazón”. Al aprender de mí, “hallaréis descanso para
vuestras almas”. Hagan nuestros misioneros una obra tal que conduz-
ca al arrepentimiento del cual no hay que arrepentirse. Necesitamos
aprender mucho más de la mansedumbre de Cristo a fin de ser un
sabor de vida para vida.
Nadie abra el camino para que el enemigo pueda hacer su obra.
Nadie lo ayude a que haga avanzar sus poderes opresores, porque
todavía no estamos preparados para hacerle frente. Necesitamos la
influencia suavizadora, subyugante y refinadora del Espíritu Santo
para que modele nuestro carácter, llevando cautivo todo pensamiento
a la obediencia a Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos capacita para
vencer, quien nos guía a sentarnos a los pies de Cristo, como hizo
María, y aprender su mansedumbre y humildad de corazón.
Necesitamos ser santificados por el Espíritu Santo cada hora
del día para que no seamos entrampados por el enemigo y nuestras
almas sean puestas en peligro. Tenemos la tentación constante de
exaltar el yo y debemos extremar nuestra vigilancia contra este
mal. Debemos vigilar continuamente para que no manifestemos un
espíritu dominante, de crítica y de condenación. Debemos tratar de
evitar la misma apariencia del mal y no mostrar nada que se parezca
a los atributos de Satanás, nada que desaliente a aquellos con quienes
nos relacionamos. Debemos trabajar como Cristo: atraer, edificar, no
derribar. Es natural para algunos ser rígidos y dictatoriales y gobernar
despóticamente la herencia de Dios; y debido a la manifestación de