Página 213 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Métodos, principios y motivos correctos
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intercesión descendió sobre mí, y todos tuvimos la seguridad de que
el Señor escuchaba nuestras oraciones. Entonces hablé unos trein-
ta minutos, y el Señor me dio palabras para los presentes. Fueron
reuniones muy provechosas; los testimonios de los alumnos dieron
evidencia de que el Espíritu Santo estaba proporcionándoles a todos
vislumbres de las cosas de Dios.
Las impresiones espirituales fueron más evidentes a medida que
avanzaban las reuniones. La presencia divina estaba con nosotros.
Las simpatías y los sentimientos de los presentes se inspiraron con
poder y con favor. Los corazones se rendían a la influencia del Espí-
ritu Santo, y se produjeron cambios definidos en mentes y caracteres.
El Espíritu de Dios obraba en los instrumentos humanos. Alabo a
Dios por la estimulante influencia de su Espíritu sobre mi propio co-
razón. Todos sentimos que el Señor estaba cooperando con nosotros
para inducirnos a querer, decidir y obrar.
El Señor no se propone realizar el querer o el hacer en lugar
de nosotros. Esto es tarea nuestra. Al entrar fervientemente en la
obra, se da la gracia de Dios para producir en nosotros el querer y
el hacer, pero nunca como sustituto de nuestros esfuerzos. Nuestras
almas tienen que despertar para cooperar. El Espíritu Santo obra en
el instrumento humano para que nos ocupemos de nuestra propia
salvación. Esta es la lección práctica que el Espíritu Santo está
tratando de enseñarnos. “Porque Dios es el que en vosotros produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Nunca tuve una convicción más profunda respecto de la verdad
preciosa y de su poder sobre la mente humana, como cuando me
dirigía a esos alumnos en las reuniones de la madrugada. Mañana
tras mañana, me sentía llena de un mensaje de Dios. También gocé
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de libertad especial para hablar dos veces durante el sábado. A
cada reunión asistieron varias personas no creyentes, y se sintieron
muy impresionadas por la presentación de la verdad. Si tuviéramos
un lugar adecuado para celebrar reuniones, podríamos invitar a los
vecinos. Pero nuestro largo y estrecho comedor, atestado de gente,
no es un lugar muy adecuado para el culto. Dispongo de un pequeño
espacio en un ángulo de la habitación, y me encuentro arrinconada.
Sin embargo, el Señor Jesús está presente en la reunión; lo sabemos.
Algunas almas meditan seriamente ahora acerca de la verdad.