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Testimonios para los Ministros
El mal de los sermones largos
Querido Hno.-----,
Los que han de ser portavoces de Dios deben saber que sus labios
han sido tocados con un carbón encendido sacado del altar, y deben
presentar la verdad con el poder del Espíritu. Pero los discursos
largos cansan al orador y a los oyentes que tienen que estar sentados
tanto tiempo. La mitad del material presentado beneficiaría más a
los oyentes que todo el conjunto vertido por el orador. Lo que se
dice durante la primera media hora vale mucho más, si el sermón
termina entonces, que las palabras dichas en otra media hora. Se
sepulta entonces lo que se ha presentado antes.
Se me ha mostrado vez tras vez que nuestros ministros se equi-
vocan al hablar tanto tiempo, pues deshacen la primera impresión
que ejercen sobre sus oyentes. Se les presenta tanto material que no
pueden retener ni digerir, de modo que todo les resulta confuso.
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He hablado de esto delante de nuestros hermanos pastores, y les
he rogado que no alarguen sus discursos. Hemos progresado algo en
este sentido, con los mejores resultados, de manera que ha habido
pocos discursos de más de una hora.
Mientras estaba en Norteamérica, se me dio luz acerca de usted
en horas de la noche. Usted había estado hablando durante largo rato,
y todavía creía que no había dicho todo lo que deseaba decir, y estaba
pidiendo un poco más de tiempo. Un personaje digno y autorizado
se levantó delante de usted, que estaba en el púlpito, y le dijo: “Le
has dado a la gente, para su estudio, una gran cantidad de material;
la mitad de todo eso habría sido de mucho más provecho que el
total”. Si recibe el poder del Espíritu Santo, impresionará al oyente.
El Espíritu Santo obra en el hombre; pero si hay puntos vitales que
destacar y que el oyente necesita retener, un torrente de palabras
borrará esa poderosa impresión, poniendo dentro de la vasija más
de lo que puede retener, y ese gran esfuerzo se perderá. Reservar la
última mitad para presentarla cuando la mente está fresca, equivaldrá
a recoger los pedazos para que nada se pierda.
La verdad es un poder precioso, vitalizador. La exposición de
la Palabra da luz y entendimiento a los simples. La verdad debiera
exponerse con claridad, lentamente, con fuerza, para que impresione
al oyente. Cuando se presenta algún aspecto de la verdad, es esencial