Página 237 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Métodos, principios y motivos correctos
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adulación y el aprecio humano. El temor y el amor de Dios no están
entretejidos en su experiencia.
¡Cuán lamentable y triste es ver caer tan completamente en
manos del mundo a hombres que han conocido algo del Espíritu
de Dios, al punto de dejarse regir e influir por su voz y depender
de sus favores para lograr fortaleza y éxito! ¡Cuán ciertamente se
han alejado de Cristo, cuán llenos están de confianza propia, cuán
colmados de ostentación, de vanidad, y cuán cortos de vista son
para las cosas espirituales! ¡Cuán poco discernimiento tienen para
distinguir al que es hijo de Dios, heredero del reino, del que es hijo
del maligno, hijo de desobediencia y enemigo de Dios!
Las dos clases de personas
Hay sólo dos clases de personas en el mundo: los que son obe-
dientes a Jesucristo y buscan al Maestro para hacer su voluntad,
y obran para la salvación de su propia alma y la de todos los que
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se relacionan con ellos y llevan el nombre de Cristo; y los hijos
de desobediencia. Hay sólo dos clases de personas en el mundo.
Escuchad, pues, las palabras de Alguien que sabe: “Hijitos, vosotros
sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en
vosotros, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso
hablan del mundo, y el mundo los oye”. Hay almas que están siendo
engañadas. El temor y el amor de Dios no prevalecen sobre ellas. El
mundo es su señor, y ellos se lanzan tras ese espejismo engañoso y
adulador. Escuchad al que dio su vida por el mundo, “para que todo
aquel que en él
cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna”. Habló
como nadie lo hizo. Todo el (
capítulo 15
) de Juan contiene una
lección muy importante. Leedlo; obedecedlo. Escuchad de nuevo la
voz de Dios: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
La mezcla de creyentes con no creyentes
No firme el pueblo de Dios en ninguna de nuestras instituciones
una tregua con el enemigo de Dios y del hombre. El deber de la igle-
sia hacia el mundo no consiste en acomodarse a sus ideas ni aceptar
sus opiniones y sugerencias, sino en prestar oídos a las palabras de
Cristo por medio de su siervo Pablo: “No os unáis en yugo desigual
con los incrédulos; porque ¿qué compañía tiene la justicia con la