Página 256 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
no ha nombrado a nadie juez, ya sea de la pluma o de la voz de los
obreros de Dios.
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Hay hombres cuyo carácter y cuya vida manifiestan que son
falsos profetas y engañadores. No debemos escucharlos ni tolerarlos.
Pero a los que Dios usa, están bajo su control, y él no ha designado
a hombres de juicio humano y miope para que los critiquen y con-
denen, para que emitan juicio y rechacen la obra que hacen, porque
las ideas de ellos no coinciden con los que estos señores suponen
que es la verdad.
La falibilidad del juicio humano
Los hombres pueden llegar a ser exactamente lo que eran los
fariseos: Muy despiertos para condenar al mayor de los maestros
que este mundo haya conocido. Cristo dio evidencias irrefutables
de que era enviado por Dios y, sin embargo, los dirigentes judíos
asumieron la tarea que el enemigo los indujo a hacer, y acusaron
de violar el sábado al Creador del sábado, al Señor del sábado. ¡Oh,
qué insensatos son los hombres! ¡Cuán débiles son!
Hoy existen personas que están haciendo lo mismo. Se aventuran
en sus concilios a emitir juicios sobre la obra de Dios, porque se
han adiestrado para hacer lo que el Señor nunca les ha pedido que
hicieran. Mejor sería que humillaran sus corazones delante de Dios
y trataran de no tocar el arca del Altísimo, para que la ira del Señor
no caiga sobre ellos, pues si el Señor alguna vez ha hablado por mi
intermedio, testifico que han asumido la tarea de criticar y pronunciar
juicios insensatos, lo que yo sé que no es correcto. Son sólo hombres
finitos y, puesto que ellos mismos están en tinieblas, suponen que
los demás están en el error.
Pero, estos hombres que pretenden juzgar a los demás, debieran
tener una visión un poco más amplia y decir: “Si las declaraciones
de los demás no concuerdan con nuestras ideas, ¿consideraremos,
por eso, que son herejías? ¿Asumiremos nosotros, hombres no ins-
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pirados, la responsabilidad de imponer nuestro criterio y decir: Esto
no aparecerá impreso?”
Si persisten en aferrarse a sus propias opiniones, descubrirán que
Dios no los apoya. ¿Creen acaso que todo lo que presentan es infali-
ble? ¿Creen que no hay sombra de error o de equivocación en lo que