Página 269 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Medios y métodos
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Hay corazones en este mundo que claman en voz alta por el Dios
vivo. Pero la desvalida naturaleza humana ha recibido alimento sin
sabor; se han dado discursos en las iglesias que no satisfacen a las
almas hambrientas. No hay en ellos la presencia divina que toca la
mente y rodea el alma de una aureola. Los oyentes no pueden decir:
“¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el
camino, y cuando nos abría las Escrituras?” La gente recibe paja en
abundancia, pero ésta no puede despertar al transgresor ni convencer
a las almas de pecado. Las almas que vienen a escuchar necesitan
una presentación clara y directa de la verdad. Los que han probado
la Palabra de Dios han vivido por mucho tiempo en una atmósfera
sin Dios y anhelan la presencia divina.
Ciña los lomos de su entendimiento para que pueda presentar en
forma aceptable la verdad de Dios. Predique la verdad con sencillez,
pero que sus discursos sean cortos. Espáciese definidamente en unos
pocos puntos importantes. Comprenda a cada momento que debe
contar con la presencia del Espíritu Santo, porque él puede realizar la
obra que usted no puede hacer por sí mismo. Si alguna preocupación
desagradable embarga su mente, líbrese de ella mediante esfuerzo
personal o por medio de la oración fervorosa, antes de presentarse
delante de la gente. Ruegue con sinceridad a Dios para que le quite
esa preocupación. Limítese definidamente a unos pocos puntos. Dé
a la gente trigo puro, debidamente aventado de todo el tamo. No
permita que sus discursos abarquen tanto que se vea debilidad donde
debieran verse argumentos sólidos. Presente la verdad tal cual es en
Jesús, para que los oyentes reciban la mejor impresión.
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Los sermones largos
Hable brevemente. Sus discursos duran por lo general el doble de
lo que debieran durar. Es posible tratar de tal manera algo bueno que
pierda su sabor. Cuando un discurso es demasiado largo, la última
parte de la predicación debilita lo precedente y disminuye el interés
en ello. No divague; vaya directamente al grano. Dé a la gente el
verdadero maná del cielo, y el Espíritu Santo dará testimonio a su
espíritu de que no es usted el que habla, sino que el Espíritu Santo
habla por medio de usted. El maestro de la Palabra de Dios debe
hablar primeramente con Dios, y entonces puede presentarse ante la