Página 304 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Testimonios para los Ministros
su espíritu de creerse importantes, por el orgullo de poseer un cono-
cimiento de la verdad que dejan de practicar. La verdad que no se
pone en práctica, pierde su poder. El corazón es cerrado a su divina
influencia, y los que debieran ser obreros para Cristo están ociosos,
y las almas a quienes podrían ayudar son dejadas en el desaliento,
en las tinieblas y en la desesperación.
Ayudad a las almas que se hunden
Hay almas que están hambrientas de simpatía, hambrientas del
pan de vida; pero no se animan a dar a conocer su gran necesidad.
Los que llevan las responsabilidades en relación con la obra de Dios
deben entender que se encuentran bajo la más solemne obligación
de ayudar a esas almas; y estarían preparados para, ayudarlas, si
ellos mismos hubieran retenido la influencia suave y subyugante del
amor de Cristo. ¿Van a ellos a buscar ayuda esas pobres almas que
están a punto de morir? No; lo hicieron hasta que perdieron toda
esperanza de recibir ayuda por ese lado. No ven una mano extendida
para ayudar.
El asunto me fue presentado de esta manera: Un hombre que se
ahogaba, y que luchaba en vano con las olas, descubre un bote, y
con las últimas fuerzas que le quedaban tiene éxito en alcanzarlo,
y se ase de su costado. En su debilidad no puede hablar, pero la
agonía pintada en su rostro conmovería a cualquier corazón que
no estuviera desprovisto de humana ternura. Pero, ¿extenderán sus
manos para levantarlo los ocupantes del bote? ¡No! El cielo entero
observa mientras golpean las débiles manos que se aferran al bote,
hasta que se sueltan, y un semejante que sufre se hunde entre las
olas para no surgir nunca más. Esta escena se ha vuelto a repetir
muchas veces. Ha sido presenciada por Uno que dio su vida por el
rescate de tales almas. El Señor ha extendido su propia mano para
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salvar. El Señor mismo ha hecho la obra que ha dejado al hombre
para que hiciera, de revelar la piedad y la compasión de Cristo hacia
los pecadores. Jesús dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os
améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis
unos a otros”. El Calvario nos revela a cada uno de nosotros las
profundidades de ese amor.