Página 315 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Exhortaciones a la verdad y la lealtad
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arrogan el ejercicio de las prerrogativas de Dios: tienen la presunción
de hacer aquello que Dios mismo no hace para tratar de controlar las
mentes de los hombres. Introducen sus propios métodos y planes, y
con sus falsos conceptos de Dios debilitan la fe de otros en la verdad
e introducen falsos principios que actuarán como la levadura para
mancillar y corromper nuestras instituciones e iglesias. Todo lo que
rebaja la concepción que el hombre tiene de la justicia, la equidad y
el juicio imparcial, todo artificio o precepto que coloca a los agentes
humanos de Dios bajo el control de mentes humanas, perjudica su
fe en Dios; separa al alma de Dios, porque desvía de la senda de la
estricta integridad y justicia.
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Dios no justificará ningún medio por el cual el hombre pueda re-
gir u oprimir en lo más mínimo a sus semejantes. La única esperanza
para los hombres caídos consiste en mirar a Jesús y recibirlo como
el único Salvador. Tan pronto como el hombre comienza a hacer
una regla férrea para otros hombres, tan pronto como comienza a
enjaezar y a guiar a los hombres según su propia idea, deshonra a
Dios y pone en peligro su propia alma y las almas de sus semejantes.
El hombre pecaminoso puede hallar esperanza y justicia solamente
en Dios; ningún ser humano sigue siendo justo cuando deja de tener
fe en Dios y no mantiene una conexión vital con él. La flor del
campo debe estar arraigada en el suelo; debe tener el aire, el rocío,
la lluvia y el sol. Florecerá solamente al recibir estos beneficios, y
todos son de Dios. Así también los hombres. Recibimos de Dios
lo que sostiene la vida del alma. Se nos amonesta a no confiar en
el hombre, ni hacer de la carne nuestro brazo. Se pronuncia una
maldición sobre todos los que lo hacen.
Jesús y Nicodemo
Nicodemo buscó una entrevista con Jesús de noche, diciéndole:
“Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie
puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. Todo
eso era verdad, sin duda alguna; pero ¿qué dijo Jesús? “Le dijo: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios”. Aquí había un hombre que desempeñaba un
alto puesto de confianza, un hombre respetado como que estaba
educado en las costumbres de los judíos, un hombre cuya mente