Página 323 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Exhortaciones a la verdad y la lealtad
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de su dependencia de Dios. Tan pronto como se pone al hombre en
el lugar que le corresponde a Dios, pierde su pureza, su vigor, su
confianza en el poder divino. El resultado es la confusión moral,
porque sus facultades dejan de estar santificadas y se pervierten.
Se siente competente para juzgar a sus semejantes, y se esfuerza
ilícitamente para ser un dios sobre ellos.
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“Haya, pues, en vosotros este sentir”
Pero no debe haber exaltación propia en la obra de Dios. Por
mucho que sepamos, por grandes que sean nuestras dotes intelec-
tuales, ninguno de nosotros puede jactarse, porque lo que poseemos
no es sino un don que se nos ha confiado, que se nos ha prestado a
prueba. El fiel desarrollo de estas dotes decide nuestro destino para
la eternidad; pero no tenemos motivo alguno para exaltar el yo o
para glorificarnos porque lo que tenemos no nos pertenece.
Debemos ser corteses hacia todos, tiernos de corazón y com-
pasivos; este carácter manifestó Cristo en la tierra. Cuanto más
estrechamente nos unamos con Jesucristo, más tierno y afectuoso
será nuestro comportamiento mutuo. La redención de la raza huma-
na fue planeada para que el hombre, caído como estaba, pudiera ser
participante de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción
que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Si por la gracia
de Dios llegamos a ser participantes de la naturaleza divina, nuestra
influencia sobre los que nos rodean no será peligrosa, sino benéfica.
Al mirar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podremos
ser una bendición para todos aquellos con quienes nos asociamos,
pues el poder del Espíritu Santo sobre el corazón humano puede
purificarlo y mantenerlo así.
Los que no reciben a Cristo como su Salvador personal, que no
sienten la necesidad de su gracia sobre el corazón y el carácter, no
pueden influir para bien sobre los que los rodean. Cualquiera sea su
posición en la vida, llevarán con ellos una influencia que Satanás
utilizará en su servicio. Los tales pierden toda esperanza de vida
eterna ellos mismos, y por su mal ejemplo descarrían a otros.