Página 329 - Testimonios para los Ministros (1979)

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Exhortaciones a la verdad y la lealtad
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arman lazo al que reprendía en la puerta, y pervierten la causa del
justo con vanidad. Por tanto, Jehová, que redimió a Abrahán, dice
así a la casa de Jacob: No será ahora avergonzado Jacob, ni su rostro
se pondrá pálido; porque verá a sus hijos, obra de mis manos en
medio de ellos, que santificarán mi nombre; y santificarán al Santo
de Jacob, y temerán al Dios de Israel. Y los extraviados de espíritu
aprenderán inteligencia, y los murmuradores aprenderán doctrina”.
¿Desoiremos estas advertencias como si no tuvieran importan-
cia? El Señor pide que todo maestro, todo ministro, todo el que
ha recibido la luz de su verdad, señale bien su posición espiritual.
Han tenido gran luz, y si quieren obtener la vida eterna, no deben
continuar dependiendo de hombres finitos, sino construir sobre el
fundamento seguro.
Aferraos a los principios de Dios
Ningún concilio de hombres puede eliminar impunemente los
principios de Dios para establecer los propios; porque la Palabra
de Dios declara: “Y ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia;
y granizo barrerá el refugio de la mentira, y aguas arrollarán el
escondrijo”. “Porque Jehová se levantará como en el monte Perazim,
como en el valle de Gabaón se enojará; para hacer su obra, su extraña
obra, y para hacer su operación, su extraña operación. Ahora, pues,
no os burléis, para que no se aprieten más vuestras ataduras; porque
destrucción ya determinada sobre toda la tierra he oído del Señor,
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Jehová de los ejércitos”.
Vivimos en tiempos de gran importancia para cada uno de no-
sotros. La luz brilla con rayos claros y firmes en torno de nosotros.
Si esta luz es recibida en forma correcta y es apreciada, será una
bendición para nosotros y para otros; pero si confiamos en nuestra
propia sabiduría y fortaleza, o en la sabiduría y la fuerza de nues-
tros semejantes, se convertirá en un veneno. En la lucha por la vida
eterna no podemos apoyarnos el uno en el otro. El pan de vida debe
ser comido por cada uno. Debemos participar individualmente de él
para que el alma, el cuerpo y la mente revivan y sean fortalecidos por
su poder transformador, asemejándose así a la mente y el carácter de
Cristo Jesús. Debe hacerse de Dios lo primero, lo último y lo mejor
en todas las cosas.